Un puñado de sombras me has dejado, un rumor de palabras en desorden, un aroma lejano, moribundo, largas horas de párpados insomnes. Malherido, no muerto, náufrago, pero a flote. Lameré mis heridas, y a brazadas reencontraré una costa que me adopte.
Hay amores efímeros, de paso; se anuncian a redoble de tambores, vienen, besan, lastiman y se ausentan tras breves, blandas o agobiantes, noches. Y los hay perdurables, cristalinos, a ritmo de violín, o ruiseñores, de sábanas que abrazan, y se adhieren, más al alma que al músculo del hombre.
Tú conoces el tuyo. Representa tus propios asimétricos valores. Encienden una luz, mas no la pira que abrasaría el alma que lo acoge.
Cuando la luz se apaga, ciertamente hay dolor, mas sus rigores, como cualquier herida, cicatrizan, más bien pronto que tarde. Se me impone la recuperación, y el amor nuevo, y el reajuste de la hora en mis relojes.
Un nuevo tiempo, un nuevo calendario sin las notas de ayer, con otro nombre.