Ni el hogar opulento, cuyo patio es enjambre de siervos adobando al fuego una ternera; ni el mesón del camino, que al caminante ofrece sólida cena, cama e intervalo en la senda.
Un establo ruinoso será en la fría noche albergue transitorio de la joven pareja; él, benévolo mozo, y ella, grácil muchacha, con un hijo en el vientre hacia el fin de la espera.
Pudo haber sido alcoba del palacio de Herodes, al calor del brasero, vanidad de oro y seda, o aposento en la villa de Caifás, o la casa de un doctor fariseo que la Ley interpreta.
Pero el Hijo del Hombre no es hijo de los grandes, y se hará el más pequeño; los hijos de la tierra, los que sudan y sufren, el labrador curtido, el pescador austero, la mujer en la rueca,
han de ser sus hermanos, dejarán lo que tienen, y sin volver la vista, marcharán en sus huellas. Por eso ésta es la noche de los destituidos, del hambriento, del huérfano, del que vive en cadenas.
Si hoy descendiera el Cristo, no vendría a los antros donde el poder se compra, se vende la conciencia; no a los mármoles turbios de Washington o Londres, no a las crudas Babeles de New York o Bruselas.
El Cristo nacería tal vez en Appalachia, donde un país ubérrimo tolera la indigencia; o en la sórdida choza del Congo, de Etiopía, donde los niños mueren de infinita tristeza.
¿Ha fracasado el Cristo? ¿Dónde fue su mensaje de gloria en las alturas y paz para la tierra? ¿No seguimos matándonos, hermanos contra hermanos, inventando pretextos, endiosando la fuerza?
Tras los tres años blancos de la misión del Cristo, los dos mil años negros de Judas nos asedian. ¿Dónde está tu victoria, hijo del carpintero? ¿Dejaste tu semilla caer sobre las piedras?
Ni el hogar opulento, cuyo patio es enjambre de siervos adobando al fuego una ternera; ni el mesón del camino, que al caminante ofrece sólida cena, cama e intervalo en la senda.
Un establo ruinoso será en la fría noche albergue transitorio de la joven pareja; él, benévolo mozo, y ella, grácil muchacha, con un hijo en el vientre hacia el fin de la espera.
Pudo haber sido alcoba del palacio de Herodes, al calor del brasero, vanidad de oro y seda, o aposento en la villa de Caifás, o la casa de un doctor fariseo que la Ley interpreta.
Pero el Hijo del Hombre no es hijo de los grandes, y se hará el más pequeño; los hijos de la tierra, los que sudan y sufren, el labrador curtido, el pescador austero, la mujer en la rueca,
han de ser sus hermanos, dejarán lo que tienen, y sin volver la vista, marcharán en sus huellas. Por eso ésta es la noche de los destituidos, del hambriento, del huérfano, del que vive en cadenas.
Si hoy descendiera el Cristo, no vendría a los antros donde el poder se compra, se vende la conciencia; no a los mármoles turbios de Washington o Londres, no a las crudas Babeles de New York o Bruselas.
El Cristo nacería tal vez en Appalachia, donde un país ubérrimo tolera la indigencia; o en la sórdida choza del Congo, de Etiopía, donde los niños mueren de infinita tristeza.
¿Ha fracasado el Cristo? ¿Dónde fue su mensaje de gloria en las alturas y paz para la tierra? ¿No seguimos matándonos, hermanos contra hermanos, inventando pretextos, endiosando la fuerza?
Tras los tres años blancos de la misión del Cristo, los dos mil años negros de Judas nos asedian. ¿Dónde está tu victoria, hijo del carpintero? ¿Dejaste tu semilla caer sobre las piedras?
En esta larga noche, en esta noche fría, a la luz del recuerdo que hace esta noche buena, silenciemos el terco tictac de los relojes, sin olvidar los males que a nuestro mundo aquejan
Y que el Niño nacido en la paz del establo nos devuelva mañana la fe y la fortaleza para cambiar las cosas un poco cada día, para buscar su mano si nos ciñe la niebla.