Las festividades permiten mostrar con nitidez los mitos, valores, creencias y costumbres de una sociedad. Son estas ocasiones las que desnudan un cierto “imaginario social”. La Navidad en el Chile actual es, pues, una ocasión privilegiada para cartografiar la cultura cotidiana que nos anima. Lo primero que llama la atención es cómo una austera y profunda festividad religiosa ha sido desplazada por el frívolo y rutilante mundo de escaparates y ofertas navideñas.
La cuestión no es trivial y remite a un rasgo fundamental de nuestra cultura en una sociedad de consumidores. En efecto, si antaño se reconocía una identidad entre la nación y el catolicismo, habría que decir que tal congruencia ha sido vaciada de todo sentido. En rigor, se ha convertido la calendariedad sacra en una calendariedad profana. Lo mismo ocurre con las fechas que conmemoran el sentido de lo nacional. Podríamos decir que el mercado le da un nuevo contenido al calendario inventado por la tradición.
Desde un punto de vista más sutil, debemos reconocer que la narrativa religiosa atesora la posibilidad de la “experiencia religiosa”, esto es, una dimensión “fina y espiritual” de la vida sin la cual la existencia se empobrece. Cuando una sociedad hace de sus festividades un frenesí de consumo suntuario, convirtiéndolo en lo “normal”, desconociendo el sentido último de solidaridad y trascendencia en los actos cotidianos, adviene un estado de corrupción que podríamos llamar “vida enferma”, afincada en el individualismo egoísta, el interés y el lucro como único sentido.
En el Chile de hoy lo que interesa es un automóvil del año o el juguete de moda para los niños adquirido en cómodas cuotas, mientras la televisión destila un sentimentalismo hecho a la medida de una clase media plebeya. Sin embargo, bien sabemos que no hay una “Pascua feliz para todos”, hay millones de infelices excluidos, son los que sufren los olvidados y cuyo único consuelo es, precisamente, orar en secreto como les enseñaron sus padres.
La vida enferma es el olvido de la dimensión espiritual de la existencia y que se traduce en la dimensión ética y estética de la vida. La vida enferma es también el olvido de la muerte como destino ineluctable de todo lo humano. La Navidad es una buena ocasión para reflexionar sobre el tiempo que nos toca vivir, tiempo de iniquidad e injusticia. Seamos creyentes o no, lo importante es recuperar el sentido último de nuestro lugar en este rincón del mundo. En una sociedad de consumo como la nuestra, este tipo de discurso no podría ser sino extemporáneo y fuera de lugar, sin embargo, es en la oscuridad más profunda cuando se necesitan palabras luciérnagas que revoloteen como adornos de un inefable árbol navideño.Felices navidades y un buen año 2013 amigos míos.
SALVO MEJOR PARECER