Llévame, gira, cíñeme y extiende tus miembros a lo largo de los míos, sin pausa, como el agua de dos ríos confluyendo en un cauce. Se me enciende
la piel a tu contacto, el alma grita, se me enrosca en los muslos el instinto, esta danza se me hace un laberinto, y eres tú el minotauro que lo habita.
En audacia
Brindemos esta noche y cada día por la sed que la vida nos ha dado, sed de volver amar, aunque el pasado infligiera más llanto que alegría;
sed de inconformidad, de rebeldía, aunque el intento fuera derrotado; sed de gritar, porque quedar callado se deja a la cobarde mayoría;
de aprender, cuanto más y cuanto antes, porque hay ya demasiados ignorantes; de llamar por sus nombres a las cosas,
aunque al medroso vulgo escandalicen; de vivir, sin que importe lo que dicen gentes asustadizas y envidiosas.