Soy una chispa de fuego que del bosque en los abrojos abro mis pétalos rojos en el nocturno sosiego. Soy la flor que me despliego junto a las rucas indianas; la que, al surgir las mañanas, en mis noches soñolientas guardo en mis hojas sangrientas las lágrimas araucanas. Nací una tarde serena de un rayo de sol ardiente que amó la sombra doliente de la montaña chilena. Yo ensangrenté la cadena que el indio despedazó, la que de llanto cubrió la nieve cordillerana; yo soy la sangre araucana que de dolor floreció. Hoy el fuego y la ambición arrasan rucas y ranchos; cuelga la flor de sus ganchos como flor de maldición. Y voy con honda aflicción a sepultar mi pesar en la selva secular, donde mis pumas rugieran, donde mis indios me esperan para ayudarme a llorar.