El Café es una cápsula de ruidos, y un dinámico cruce de senderos. Ni por ti ni por mí son percibidos, los dos, uno en el otro, viajeros. Soy casi tú, secuestro tus sentidos, y tú haces a los míos prisioneros. Tal vez el mundo existe y nos rodea, pero algo en torno nuestro lo bloquea.
No me pesan los años; me pesa y me consume cada beso no dado, no pedido, las visionarias luces que permití extinguirse, la aspereza que tal vez transmití en mis actitudes, la llama que, encendida en mis adentros, no supe propagar, y tantas cumbres, de fácil escalada, que debí hacer, mas no me lo propuse. No me pesan los años ya vividos; vienen, se van: Transcurren. Me pesa cada instante malgastado, cada oportunidad que tal vez tuve de amar, pero no amé, de dar ayuda a quien cayó de bruces, de prestar el oído, tolerante, al que intentó expresar sus inquietudes. Más que los desaciertos cometidos, me desordena el alma, y me sacude, cuanto debí haber hecho, sin hacerlo, cuanto pude lograr, mas nunca obtuve. Cada eventualidad dilapidada, ahora, al mirar atrás, sobre mí irrumpe como oscura marea, y me agita fatídica, y me cubre. De poco me aprovechan los lamentos, y sin embargo crujen al fondo de la mente como mensaje lúgubre. No me sirve mirar hacia el presente, que sin cesar renace y se destruye, ni tampoco a un futuro cuya esencia es borrosa incertidumbre; porque el ayer golpea con sus viejas maderas de ataúdes, cuanto murió en la sombra. Se resiste a mostrarnos los estuches de nuestras joyas de oro, que murieron también, pero entre luces. Cuanto pudo haber sido, pero no llegó a ser, es mi derrumbe.