Un taxi avanzaba sin sobresaltos hasta que, al cruzar la calle Maipú(Concepción), se topó con la cinta amarilla que cruzaba la calle, de vereda a vereda, impidiendo el paso. Era el clásico corte con el que se señala que se está realizando algún tipo de arreglo en el pavimento, o la reparación de algún servicio.

Una cuadra más adelante se alcanzaba a ver a un grupo de hombres trabajando. El taxi estaba a punto de girar, para tomar por otra calle, cuando una camionetita lo superó, levantó el cono que sostenía uno de los extremos de la cinta, y cruzó como si nada. Una vez superado el obstáculo, el conductor se bajó del vehículo, volvió a colocar la cinta y valla en su lugar, y, ante la extrañada mirada del taxista, que no terminaba de comprender la maniobra, lanzó: “¿Qué? ¿No ve usted que no se puede pasar? Está cortado”.

La sorpresa cedió al pensar que tal vez se trataba de un transporte de apoyo a quienes trabajaban en la esquina siguiente. Grande fue el asombro al ver cómo la pequeña camioneta pasaba de largo por el sitio en cuestión, recorría una cuadra más y se detenía frente a una panadería, sin que se pudiera advertir en el rostro del conductor ni el más mínimo asomo de culpa, vergüenza o sonrojo.

¿Y por qué habría de tenerlo, después de todo? Acababa, simplemente, de saltearse un límite, en sentido literal, y también metafórico. ¿Y acaso no es cuestión de todos los días por estas tierras eso de transgredir una disposición, violar alguna norma, pasar por alto una ley, burlar una ordenanza...? ¿No forma parte ya de nuestro “ser nacional” la tan mentada ¿viveza chilena? ¿No es de eso de lo que solemos jactarnos? ¿No será por eso que muchas cosas están como están, y nos pasa lo que nos pasa?

Salvo mejor parecer