Después de leer el emotivo mensaje de Kibo
sobre el perro Julio, recordé a un minúsculo okupa que llegó a instalarse a
nuestro condominio. Había sido atropellado dos veces, pero desoímos el
diagnóstico del veterinario, quien
aseguraba que jamás se recuperaría. Al cabo de un tiempo, logró caminar y hasta
correr con sus patitas mal soldadas. (Casi) todos lo querían y le daban comida
hasta que su volumen llegó a límites alarmantes y tuvo que someterse a régimen.
Esperaba
mi turno para un examen médico pedido con insistencia, eso de "para
corroborar hallazgo", bla, bla. Ya había pasado una hora en tal
inactividad y la clientela se impacientaba. Estaba metida en un libro tamaño
espera de consultorio, cuando llegó una entusiasta vendedora de ¡Help!.
La miré
con cara de plis, no a mi, pero
insistió. Primero me preguntó la edad, se la dije, acentuó su cara de lástima comprensiva y
también su posibilidad de éxito. Se explayó en las ventajas del sistema y en
todas las cosas que podían pasarme. Le conté del caso de aquella anciana con
asma que llamó al citado servicio, le contestaron que no figuraba como afiliada
y eso fue lo último que escuchó en vida. La vendedora puso cara de ¡a mi que me
registren! Luego sostuve mi negativa al ofrecimiento diciendo que, si bien
podría estar en condiciones de hacer la llamada telefónica, viviendo sola
¿quien abriría la puerta de la reja del pasaje y luego mi puerta? Dijo que
ellos tenían solución en esos casos, o sea ningún problema con entrar a casas
cerradas. "Tenemos gran experiencia en acceso a condominios - dijo y luego
dijo que siempre podían comunicarse con el conserje.
Ahí me dio un poco de
risa. Seguí explicando pues quizá ella viene de otra comuna más civilizada.
"Aquí vive una gran cantidad de gente proveniente de poblaciones
marginales erradicadas, campamentos, etc. Conserje es un término que no se
ocupa". Después me acordé del Nelson González y lo vi clarito con gorro y
chaqueta con botones dorados, vigilando desde su caseta, mostrando los dientes
a los funcionarios de Help - ¡No se oye padre, aquí no entra nadie sin mi
autorización! Y ladra que te ladra, corriendo con sus patitas cojas detrás de los
salvadores de ancianitas infartadas.
Mañana
escribiré en el frontis de su vivienda: "Nelson González, conserje".
A lo mejor así lo comienzan a tratar con más respeto los gatos insolentes que
se pretendan comer su alimento (y sepan leer).