Más radiante, mujer, que frente a frente, te mantiene el recuerdo en la distancia. Si en ausencia agonizan los amores, ¿cúya esta luz?, ¿de quién estas pisadas? Ahuyentas cada noche las tinieblas y amaneces en mí cada mañana, mediodía perenne, sin crepúsculo, jamás oscureciéndose en el alma. Apagada la masa del gentío, sólo sombras se arrastran por calles y plazuelas, de sus perdidos cuerpos desgajadas. No queda vida en la ciudad, ni ruidos, también desvanecidas las palabras. Y sin embargo, soy feliz en ella, porque no me seduce la avalancha de urgencias y desvelos que hacen de otras ciudades emboscadas. Por eso a esta ciudad la llamo mía, de nadie poseída o habitada, sino de mí y de la luminiscencia que tu imagen irradia. Quien dice que el recuerdo se evapora, nunca vivió el amor hasta las lágrimas. Al fondo de mí mismo llevo tu luz, y el ánfora en que he desembocado mis dolores, que hay más dolor que júbilo en quien ama. Te tengo sin tenerte, y eres tan mía como la fragancia lo es de la rosa, o el calor del fuego, lo aspire o no, se inflame o no, quien pasa. Y aunque tú no lo entiendas, o te importe, o me recuerdes, en mis noches blancas te observo, te dialogo, te poseo, mujer en la distancia.