Y yo te amaba antes que el rocío cayera como lágrima en la tierra, antes de que los campos se inundaran de luz en la mañana, antes que la materia sacudiera el silencio al revelar su signo. Y yo te amaba desde siempre y te buscaba en la espiral del tiempo: en cada Edad y en cada círculo del porvenir incierto, a través de la lluvia y de los mares, a través de la sombra y del abismo, a través de mi grito y de mi sueño.
En las calladas noches esperaba tu barco para que anclara un día sobre mi corazón de fuego. Y vencedor llegaste, desatado, a mi sedienta isla con esa magia que te ha dado el tacto. ¡Oh sitiador violento de todos mis caminos! Y vencedor llegaste perforante, a turbar el silencio de mi febril espera. Y a mí viniste, vertiginoso río, sobre mis valles y montañas a destrenzar los vientos y a despertar los pájaros del sueño. Y a mí viniste con resplandor de estrella hombre de musgo y de metal oscuro, una pirámide, un templo alzose con tu imagen. Fundiste entre mis aguas tu rostro de granito.
Ahora la esperanza como sedosa hiedra ha subido segura por mis huesos. Hay un incendio de amor sobre mi pecho: crecen las llamas de mi propia brasa. Agitaste las pasiones sobre el tendido valle de mi cuerpo: vivió el calor la luz; el vino de mi sangre derramose en ondulante río, crecieron las rosas del silencio y un vendaval de ruiseñores cantó la Primavera...
Por tu cuerpo de miel sonríe un mundo musical, de extraña aurora: entretejidos sueños para el hombre que vuelca su esperanza en colectivos rostros. Acaso en uno de tus puertos quedóse un jeroglífico quizás indescifrable... Hay un cristal azul sobre tu pecho que refleja otra patria y otro siglo, un vuelo de palomas por tus manos y un olor a limón en tus colinas. Eres la tierra el rumor intacto el agua transparente y la poesía.
Quisiera estar contigo temblante cada noche -gacela herida a tu costado- donde siempre el silencio tendiera ya sus alas. En la callada pieza, y se duermen los ecos y los ruidos; cuando el gemir yacente no te puebla y se quedan tus labios apagados -amortajadas rosas del silencio- tus poros brotan un sudor tranquilo que va cayendo de tu piel oscura como rocío de la noche inmensa: quedando florecido el trébol soledoso de mi cuerpo.
Hoy pudiste conducir tu deseo hacia mis muros, sumergirte gozoso en los ocultos mares de mi gracia, hombre de sed, de húmedo tacto, descubridor de mis sentidos, buceador en las aguas de mis ríos lentos. Tuyo es mi barro con su antigua leyenda de palpitantes sueños y tuyo mi destino de sinuosos cauces.
No me dejes a solas con el roto silencio y con la inocencia perdida. No me dejes a solas como temblante estatua en luminoso fuego. No me dejes en sonoroso marea amurallada en este laberinto de la vida. Deja que mis ojos se sequen de mirarte siempre y mis palabras giren llenas de júbilo para buscar el viento.
LILIAM JIMÉNEZ
Fondo Terciopelo Azul
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