Al saber la verdad de tu perjurio loco de celos, penetré en tu cuarto... Dormías inocente como un ángel, con los rubios cabellos destrenzados enlazadas las manos sobre el pecho y entreabiertos los labios...
Me aproximé a tu lecho, y de repente oprimí tu garganta entre mis manos... Despertaste... Miráronme tus ojos... ¡Y quedé deslumbrado, igual que un ciego que de pronto viese brillar del sol los luminosos rayos!
¡Y en vez de estrangularte, con mis besos volví a cerrar el oro de tus párpados!