Confieso que he callado auroras con mi mente y envuelvo los instantes con perfumes nunca recorridos. A veces hay todo, por momentos nada existe.
Confieso que crecí moribunda en este mar de sueños redimiendo amores por la magia innoble de unos besos; reconozco sin sentirlo que en esta vida y en las otras desperdicié palabras y silencios.
Y digo, con una voz que sabe a melancolía, que arrodillé mis versos a la escondida faz de una certeza. A veces perdoné criterios, por momentos disfracé mis miedos.
Confieso que malogré neuronas intentando comprender a quien se castiga cuando envejece inexorable el sentimiento.
Siento y lo expreso sin hacerlo que vendí suspiros sin razones a la infinita oscuridad del color del pensamiento. Abdiqué tantos pasos sin querer, destrocé la tibieza de lo eterno.
Me avergüenza ser mutante de lo ilógico del tiempo, estacionando mis sentidos en un espacio en retroceso.
Reconozco que en los frágiles mundos que me invento; a veces me obligo a malvivir, por segundos me superan los recuerdos.