A mis hijas, nietos y bisnieta, a tod@s mis amig@s, agnóstic@s, ate@s y religios@s, a mis amig@s y conocid@s socialistas, comunistas, sionistas, o conservador@s, a profesores, dirigentes sociales, poetas, narradores y contadores de cuentos, a pacíficos y cascarrabias (que los hay), a la bendita memoria de quienes ya no viven entre nosotros, pero cuyo recuerdo ha quedado grabado en el alma; a quienes conozco de cuerpo presente y a quienes espero conocer:
Deseo que sus fiestas de navidad y despedida del año sean inolvidables y que tengan un buen montón de proyectos para realizar con todas sus energías, que no piensen que el arbolito adornado es una ficción importada a la fuerza, que no tiene significado alguno para nosotros. Para algunos puede ser el símbolo de la vida, que está adornado con las luces y el calor de los buenos deseos y cuyo origen es más antiguo que el cristianismo.
También puede ser el árbol que primero vimos, aquel que adornó doña Bice, mi abuela, en los más tiernos años del siglo pasado y que representaba y representa el rito anual de la fiesta única donde la familia se junta a darse un abrazo y brindarse amor.
En cuanto al año nuevo, es el rito de la ilusión; es enterrar los errores, dolores y problemas en el fondo del patio de la memoria, pisar bien encima y regar el suelo con las primeras gotas de la champaña que se beba, es festejar el nacimiento de una nueva vida, plena de dones, pródiga en creación, abierta en días felices.
Sin dejar de lado que también puede ser la planificación realista de lo que se quiere hacer
en la nueva jornada.
En suma, celebremos tod@s la fiesta en paz y jolgorio, porque es una estupenda manera terapéutica de trotar detrás de la zanahoria sin darnos cuenta, para no perder la chaveta.
¡Salud!