El aire se repliega cuando avanzas,
tan temeroso de rozar tu rostro;
las indecisas hojas amarillas
evaden tu contacto bajo el olmo;
los hombres al pasar son incapaces
de mantener sus ojos en tus ojos;
como si una aureola de inocencia
alzara obstáculos en tu contorno,
o ángeles, para ti sólo invisibles,
jinetes de unicornios,
cabalgaran severos a tu lado,
blandiendo alfanjes flameantes de oro.
Inasequible, etérea, misteriosa,
para los más; glacial para los otros…
No para mí, que supe tu corteza
atravesar, calándote hasta el fondo.
Y bajo la apariencia sosegada
de arpa y violín en soñoliento tono,
pude escuchar la furia de atabales
y de trombones en fragor sonoro.
Me proclamaste entre los elegidos,
privilegiados, y a la vez tan pocos,
que introduciéndose en tu santuario,
exploraron tus íntimos fiordos.
Qué borrasca sensual, qué hambre de sexo,
qué salvaje avidez llevas a bordo;
no imagen intangible, estatua inerte:
mujer total con la pasión del gozo.
Rompe conmigo moldes y barreras,
arrasa, exprime, absorbe, que respondo.
Original de
Francisco Álvarez Hidalgo
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