A veces una dice lo que piensa, pero no siempre es bueno. Pongo un ejemplo.
Hace varias décadas, tenía un amigo de esos con quienes intercambiabamos todos nuestros pensamientos y sensaciones, lo que sólo se da en la primer juventud. Éramos compañeros en una escuela de ballet. Yo lo tomaba como una práctica pasajera, ya que mi cuerpo no tenía las proporciones adecuadas para esa labor. Pasó el tiempo, nuestro profesor se fue a EE.UU. y quedamos solos. Mi amigo, que era oriundo del sur del país y había venido a la capital buscando realizarse en lo que más amaba: el baile, decidió integrarse a una compañía de baile español de tipo "comercial", la que en esas épocas del rigor juvenil, del todo o nada, yo despreciaba. Un día en que la compañía que integraba mi amigo se presentó en Santiago, fuí a verlo y cuando lo tuve al frente, sin más argumento, le propiné una gran bofetada y me fui.
Con eso quise expresar mi molestia ante quien aparecía como un simple títere moviéndose al compás de quien le pagara, sin considerar los "ideales" que hubiera tenido al comienzo.
Fue una actitud absurda, pues no tenía en cuenta que él no tenía otra herramienta, aparte de su conocimiento de la danza y que debía comer todos los días y que en la compañía
de ballet clásico que existía, no había mas cupo. Por eso, cuando pasaron los años y me contaron que él habia regresado al país y había preguntado por mí, no me atreví a enfrentarlo.
Mi error estuvo en atribuirle cualidades inexistentes y no aceptar quien era. Eso ocurre con frecuencia en la juventud, cuando el "ideal" impera sobre la realidad.