Cuándo la distancia vence la batalla, sólo me queda acariciarte el alma… Hacerte olvido…
Aunque nunca olvide,
Vivir la ausencia con fingida calma…
Buscarte en el cristal de aquella lágrima, que guarda en su interior sueños perdidos, y ver en su brillar, desvanecerse, la pureza de ideales compartidos...
Atravesar la atroz desesperanza, de aceptar: “que lo que fuera, ya no existe…” Matar el sentimiento, aunque te sienta… Y morir, sin morir, con tu partida...
(Pero pese las distancias, yo acaricio tu alma con mi alma, cada día...)
Nada ha cambiado en mi interior:
Sigues conmigo,
aunque concretes lejos mío tu destino…
¡Tus ojos y tus labios han quedado, por siempre aquí grabados, en los míos…! ¡He de seguirte amando aunque te alejes…! Y he de sentirte siempre… ¡Aquí …! ¡Conmigo …!
Has sido la nube pasajera arrastrada por vientos
de imposibles, que cubriendo mi cielo,
se perdiera, dejándome en las sombras
de un olvido...
En esta ausencia eternal, guardo tu alma y extiendo manos de luz entre las sombras,
Acaricio tu cuerpo, sin tocarte, y en un mudo dolor... mi voz…