Esa noche, el amor infinito de Dios tomó forma y fue tan real que pudieron tomarlo en sus brazos.
Cuando José cruzó la puerta del mesón, el abrumado mesonero trataba de controlar las infinitas demandas de sus innumerables huéspedes. Y en medio de esa conmoción apareció ese hombre exhausto pero insistente, pidiendo algo imposible. El mesonero pensó en rechazarlos diciéndole que cada cuarto tenía el doble y hasta el triple de ocupantes, pero algo en los ojos de José lo detuvo. Sin comprender totalmente por qué, se encontró llevando a ese hombre y a la futura madre a una cavidad de burda roca que servía como establo en el mesón.
Hasta ese momento, para María y José, la noche debía haberles parecido caótica. Pero en realidad, ese momento se había planificado desde antes de la fundación del mundo. Con cada paso incierto que tomaban, María y José cumplían la profecía. Esa noche, el amor infinito de Dios tomó forma y fue tan real que pudieron tomarlo en sus brazos.
En el campo
Lucas 2:8-12
Mientras María y José se preparaban para el alumbramiento de su bebé, un ángel descendió del cielo y llegó también a Belén. Pasó por el abarrotado poblado y siguió hasta llegar a las desiertas y oscuras colinas en las afueras de la ciudad, para dar un sencillo mensaje de amor y esperanza. El ángel habló a los humildes pastores sobre Aquel que sería el pastor de todos y les dijo: “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”.