Estoy muy de acuerdo con la definición de los políticos, pero el por qué se produce tal fenómeno, de qué modo se “seleccionan” los candidatos y de qué manera se difunde su “mensaje” es algo que no es del caso revisar ahora.
Interesante es el tema de las tertulias que se llevaban a cabo en los tiempos en que la gente vivía con menos prisa y eran menores las distancias en las ciudades.
Si bien no recuerdo haber participado en alguna “tertulia” como las de los españoles mencionados, entre los años 1955 y 1960, acostumbraba hacer algo parecido a “vida de café”.
A mediodía, la gente se instalaba en el difunto Café Sao Paulo y se mantenía dándole cuerda a la lengua por un par de horas, sólo con una taza de café los de las billeteras escuálidas, como la mía. Todos acostumbraban instalarse en sus sectores preferidos: los revolucionarios nacionales e internacionales en las mesas del fondo; los actores y poetas en el centro, periodistas en las primeras mesas. También se servían almuerzos y a eso iba yo generalmente, cuando obtuve mi primer trabajo después del 60. Entre los notables contertulios, figuró un tiempo el notable escritor y político dominicano exiliado Juan Bosch, quien al derrocamiento del dictador Trujillo, regresó a su patria y fue elegido presidente. Era un tipo apuesto y atractivo, que dejó algún corazón roto en nuestra capital.
Por la tarde se iba a tomar té al Café Central, en el subterráneo del ex cine Central. Servían solo té y café acompañados de una gran bandeja llena de panes de varios tipos. Gran concurrencia de chicas y chicos de las escuelas de ballet. Se pedía para uno y comían cuatro.
Más tarde, entre las 19 y las 22 horas, la reunión era en el ex Café Jamaica, en la esquina de Huérfanos con Estado.
Los comensales no eran los mismos, muchos pintores, periodistas, estudiantes. La garzona se desesperaba con la gran concurrencia y el escaso consumo y terminaba enrabiada, tratando de echar a los lateros.
Llegaba por fin la hora de encaminarse hacia Alameda, rumbo al Bosco, gran bar y restaurante, cuyos clientes habituales, aparte de escritores, periodistas y pintores, eran chicas del Bim Bam Bum, cafiches, detectives y luchadores.
Se lucía el pintor Magalo Ortiz de Zárate haciendo “gallitos” con ellos. Siempre les ganaba. Era un tipo atlético, muy alto, de ojos azules y eternamente sonriente. Sólo tomaba bebidas. Y era tan agradable la sensación de caminar de noche por las calles en su compañía. Mejor guardaespaldas no se podía tener. Allí también las mesas de los periodistas estaban a la entrada. Recuerdo uno en especial, de Las Últimas Noticias, que se quedaba toda la noche dando vueltas por bares y comederos cuando perdía el último bus a su barrio, lo que se producía con frecuencia. El pianista, de escuchar a tanto poeta junto, terminó por contagiarse y en cierta ocasión me regaló uno titulado “Las manos delirantes”, escrito con tintas de colores.
En fin, allí destacaba Tito Mundt con su charla de ametralladora, Enrique Lihn con sus ideas disparatadas, la chismografía escandalosa de Fernando Rivas, la antipatía de Enrique Lafourcade, la inefable catalana Sofía Castelló, ex refugiada de la guerra civil española. Era pequeña y usaba algunos adornos dramáticos: “Cuando se tienen ciertos años, hay que llamar la atención de otra manera” la elegancia de modales y el humor cáustico del pintor y escenógrafo polaco Raul Malachowski, la simpatía y chispa de su coterráneo José Hosiasson, alias Pepe Pope, pianista, fundador del Club de Jazz y creador de un espacio en la Radio Universidad de Chile, con noticias y comentarios de su música favorita. Otro polaco asistente era el fotógrafo Bob Borowicz. En aquellos años juveniles, jamás tomé nada con alcohol en tales sitios. Sólo té con limón: caliente en invierno; frío en verano.
Bueno, podría seguir con el tema, mejor lo dejo aquí.
De los citados, aún viven Enrique (con Alzhaimer) Raul (que debe andar por los 100 años) y Pepe Pope.
De esas tertulias pasadas, que fueron aplastadas bruscamente por el Golpe Militar, nada queda y la mayoría de sus protagonistas se fue al exilio.
Y a veces en momentos nostálgicos aparece en la memoria ese coro de zarzuela: “Dónde estarán nuestros mozos, que a la cita no quieren venir…”