La celebración de la Navidad se ha extendido también entre los no cristianos, convirtiéndose en ocasión festiva, luego de haberse creado en conmemoración del nacimiento de Jesús, aun cuando se le cambió la fecha presunta. Observo que los católicos acostumbran asistir a misa ese día, junto a su familia, antes de proceder a la fiesta propiamente dicha, intercambiando regalos, después de una cena especial.
Las fiestas son contagiosas y cualquier ocasión es buena. Por estos días, los judíos han celebrado Hanuká o fiesta de las luces durante ocho días. Un conocido comentó tristemente que el hermoso candelabro antiguo con que sus antepasados conmemoraban la ocasión, ha pasado a manos de una rama lejana de la familia. Este conocido es un judío agnóstico y para él el artefacto no debería significar nada especial, sin embargo, los ritos usos y costumbres, se heredan y atesoran.
El llamado “árbol de navidad” nada tiene que ver con la religión cristiana, sino que viene de mucho más atrás, pero todos lo usan y adornan con esmero, simbolizando además, el renacimiento, los dones de la tierra, la alegría y abundancia. (Esta última, si no real, simulada).
Para no dejar a nadie atrás, un afroamericano inventó “Kwanzaa”, allá por los años 60 y justo entre Navidad y Año Nuevo, celebran las personas de origen africano, con una serie de ritos y simbolismos, además de regalarse unos a otros.
Por muchos años, el final del año quedaba incompleto si no asistía a un concierto de Navidad. Sin Haendel, Haydn y Mozart, algo me faltaba. A través de una pantalla, se puede escuchar, pero se pierde el estar ahí, la expectación, los toquecitos de la batuta del director al comenzar, en sentirse llevado fluidamente por la corriente sonora.
Sufrimos todos el ímpetu mercantilista del comercio, el frenesí publicitario de “la venta del año”. Pero está en nosotros dejarnos arrastrar por el aluvión de ofertas de crédito fácil e inmediato con que se nos bombardea por correo, teléfono y pantalla.
En un par de meses más, habrá otra fiesta más: el Año Nuevo Chino, con sus coloridos ritos, danzas, colores. La celebración ahora se extiende: las familias de origen chino, ya invitan también a todos sus amigos. Por supuesto, el comercio no se queda atrás y ofrece en abundancia todo lo necesario para animar la ocasión.
No quiero dejar el tema, sin recordar el último concierto coral navideño al que asistí. Fue en el Salón Filarmónico del Municipal. Dirigía el querido maestro Mario Baeza Gajardo, el que comenzó como profesor de música de un colegio de San Antonio para hacer de su clase la más importante del colegio, fundar el coro de ese puerto, llevarlo a giras a través del país y terminara siendo presidente de la Federación de Coros de América, haciendo cantar a todos los jóvenes. Esta vez, habló a los asistentes, como siempre lo hacía, de los compositores cuya música interpretarían y del significado de este encuentro. Se había instalado frente al grupo, una corona de adviento, y al final, director y coristas convidaron pan de pascua a todo el público.
Salimos de allí - como decía mi abuela – con alas en el corazón.