Té para dos
Cerró la puerta de un golpe. Era su frase final, no había vuelta atrás. Nunca pensó que la vida compartida hasta ahora terminaría de manera tan abrupta, no estaba preparada para eso. De inmediato reparó en lo absurdo de su pensamiento, nadie lo está para terminar una relación de toda la vida durante el curso de una conversación a la hora del té. Pero él había abierto una ventana por donde penetró un vendaval a barrerlo todo. De inmediato se dio cuenta de la impresión que le había producido a ella, trató de echarlo a la broma, pero no, esa ventana ya nadie podría cerrarla pues se abría a un mundo repugnante, vergonzoso, que provocó su absoluto rechazo. Era un cáncer que se multiplicaba ante su vista como una explosión de maldad.
Cuando el otro, incrédulo aún, dejó de suplicar que le abriera y sus inciertos pasos dejaron de escucharse, ella volvió a oir la confesión dicha en tono casual, “fíjate mamá, que soy gay” como si fuera cosa de todos los días exhibir su torcida y verdadera naturaleza. Entonces echó de la casa a su único hijo y cerró la puerta de golpe.
Patricia Franco