Antiguas cartas - "PORTAL CHILENO"

Entre las cartas más antiguas que sobreviven, encontré una de la bisabuela materna y entre sus pliegues hay un trébol de cuatro hojas.

Para poder leerla, tendría que usar una lupa y dominar esa sensación de estar espiando pensamientos ajenos.

Hay personas que todavía acostumbran intercambiar correspondencia "real", incluso gente joven. En cierta oportunidad, se incentivó en algunos colegios. Se procedía inscribiéndose como alumnos dispuestos a recibir correspondencia, indicando su dirección. Luego, se les daba a elegir entre los que estaban anotados. Así se formaron amistades que llegaron a perdurar en el tiempo.

De joven intercambié cartas, con familia y algunos amigos,as, chilenos o extranjeros. Elegía esquelas de un verde claro, al rosa pálido...y ... con fragancia ! creo que esto ya no existe, al menos, yo no lo preguntaré. Escribir entonces, era de una emoción intensa, pero el esperar la respuesta, no se compara a nada . Una delicia. Conocí de todo : desde un chico que era universitario y me hablaba de poemas y autores, y otros tantos temas más sesudos, hasta uno que tenía un negocio de frutos del país y era muy divertido ! para mí que apenas me empinaba en los quince, era el cielo mismo todo eso. Me sentía poderosa, y mi tesoro eran esas cartas.

Además estaban las que intercambiaba con mis parientes en Argentina, unos tíos y mis primos. Hoy escribir manuscrito es para mí lento y algo tedioso y, aunque sé que es manía, tampoco quedo tan feliz con internet, porque también me parece lento a veces. Es la insatisfacción que nos persigue a todos.

La pasada noche, estuve insomne de nuevo. Para no despertar a la persona que duerme en la pieza contigua, decidé revisar mis antiguas latas de galletas, llenas con fotos, cartas y notas. Me dieron deseos de copiar algunas partes de ellas. Algunas son dramáticas, como la de mi hija menor, quien vino a mi casa allá por el ochenta y tantos a dejar la ropa para lavar y me dejó una nota diciendo que le acababan de avisar que mi ex marido y su padre habían fallecido recién; la carta de mi padre disculándose por su inasistencia al funeral de mi madre, porque no recibió el aviso a tiempo: la minúscula nota de un esbelto joven de 22 (Oh, edad mágica) indicando que me había conocido en un momento crucial y que nuestra unión prometía ser eterna (esos vapores del alcohol que muestran nubes de colores) y la realidad muestra que el escritor de la nota parecía un ropero de 3 cuerpos la última vez que estuvo en mi casa. Sólo la sonrisa mostraba al fantasma del ayer. Y aquellas cartas intercambiadas con la conflictiva, errática y en algunos sentidos, genial amiga con la que en alguna oportundad pretendimos compartir un departamento y que mi sentido común (tan común) impidió. Hubiera sido una experiencia estresante y pugilato continuo, las cartas de nuestro compañero que intentaba vivir en Nueva York y no morir en el intento, en respuesta a nuestro apoyo moral para sobrevivir en ese ambiente, etc. etc. No, no tengo cartas de amor: mi abuela se encargó de destruírlas.