Que en los tiempos actuales la cirugía de los implantes se haya convertido en la panacea que casi todo lo resuelve, no quiere decir que las mujeres, en el pasado, no se preocuparan por su busto. La necesidad de tener unos pechos firmes y hermosos, de atraer a los hombres con un aspecto exterior inmejorable ha sido una constante eterna en el ámbito femenino. Y durante casi un siglo, ha habido un producto farmacéutico que garantizaba la solución y la felicidad: las Pilules Orientales.
Si pudiéramos contabilizar todos los anuncios publicados por LAS PROVINCIAS de este producto farmacéutico milagroso sabríamos quién ha sido nuestro mejor anunciante. Porque a través de la Farmacia Gámir, y en otras épocas la de los Hijos de Blas Cuesta, distribuidores en exclusiva, no había día del año en que fallara el inserto publicitario, más frecuente que el de los comercios, teatros, cines y grandes almacenes, más generoso que el de los elixires contra la tos y los reconstituyentes.
Las Pilules Orientales las fabricaba, en París, J. Ratié, un laboratorio de farmacia ubicado en el número 45 de la calle de l'Exiquier, o, más antiguamente, en el Pasaje Verdeau. Desde esa dirección, este profesional daba a conocer en toda la prensa española y francesa y en la mayor parte de los diarios europeos, el mensaje de su prodigioso remedio contra los pechos femeninos fatigados, poco llamativos y nada voluminosos. "Senos", "Busto de diosa", "Hermoso Pecho", rezaba siempre, sin pudor alguno, un aparatoso titular, acompañado por el grabado de una agradable dama con un busto inequívocamente curvo y descubierto. "Desarrollo, firmeza y reconstitución de los pechos con las Pilules Orientales". Las cartas-testimonio de las clientas satisfechas, por lo general, completaban un cuadro de confianza, casi familiar, donde madre e hija compartían secretos y remedios.
El producto, desde luego, aportaba a la mujer que las consumía todas las virtudes y ningún riesgo. "Bienhechoras y reconstituyentes, universalmente empleadas por las señoras y las jovencitas que desean obtener, recobrar o conservar un pecho hermoso", decían los anuncios estándar. Que por lo general continuaban así: "Desaparecen los hoyos en las carnes, belleza y firmeza del pecho. Tratamiento inofensivo a la salud".
Las famosas Pilules ya estaban en el mercado a finales del siglo XIX, cuando tener unos pechos grandes, decididamente abundosos, era casi una obligación social. "Nadie ignora cuánto aprecian los orientales la belleza de las formas y agradecen a sus mujeres el esmero con que procuran aumentar la seducción y el frescor natural de sus gracias", decía un anuncio publicado en LAS PROVINCIAS. "Para obtener esa belleza escultural, nada tan eficaz como las Pilules Orientales que desarrollan y reconstituyen los pechos, borran los relieves huesosos y dan al conjunto la firmeza y robustez indispensables", seguía razonando. Por esa época, hace poco más de un siglo, el producto valía 8'50 pesetas, un precio que no varió demasiado a lo largo de las décadas siguientes.
Contra la delgadez femenina, la moda, durante décadas, ha pedido mujeres robustas y generosas en carnes. Los huesos eran signo de pobreza y mala alimentación. De modo que debía verse a las claras un busto generoso y una cintura que a ser posible debía poder ser llamada "de avispa", milagro que procuraban molestos corsés. Las Pilules Orientales tuvieron, pues, una vertiente de reconstituyente general, valor que se usó cuando abundaban las mujeres débiles y enfermizas, muchas veces cercanas a la anemia o incluso a la tuberculosis.
Con todo, es obvio que en primavera y verano, cuando el cuerpo femenino se descubría y mostraba, el uso del producto tenía su temporada alta. Que se incrementó cuando, a partir de 1920, los bañadores femeninos se fueron haciendo mas escasos de tela y dejando más cuerpo al descubierto.