A veces tenemos la suerte de recibir hermosas historias de vida, y esta es una de nuestras favoritas…
“Soy un médico que ejerce su profesión en una pequeña clínica de mi ciudad. Cerca de las 8:15 de la mañana de un martes, un hombre de unos 80 años ingresa a mi consultorio para quitarse algunos puntos que le había hecho la semana anterior.
Era una mañana muy atareada y le pedí al paciente que se sentara y esperara unos minutos. El hombre me dijo que estaba apurado, ya que a las 9 am tenían un compromiso al que no podía faltar. Mientras esperaba, no pude evitar notar que el hombre no paraba de mirar el reloj y, debido a que su médico de cabecera no se desocuparía hasta dentro de una hora, decidí tratarlo.
Le quité los vendajes y vi que la herida se estaba curando bien. Mientras le estaba quitando los puntos, le pregunté cuál era el compromiso que no podía esperar una visita al médico, “¿también es una cita con un médico?”, le pregunté.
“No”, respondió el hombre, “voy a desayunar con mi esposa que está en el hospital.”
“¿Cuál fue el motivo de la hospitalización?” le pregunté.
“Mi esposa ha estado en el hospital por varios años”, me contestó el hombre, “tiene Alzheimer y necesita estar en constante observación.”
Mientras terminaba de quitar los puntos le pregunté al paciente si su esposa se preocuparía si no llega a horario.
“No”, respondió suavemente, “y nunca lo estará. Hace más de cinco años que no me reconoce…”
Su respuesta me sorprendió, y no pude evitar preguntar: “¿Vas a verla todas las mañanas a pesar de que no te reconoce?”
El hombre sonrió, puso su mano en mi hombro y me dijo:
“Ella no me reconocerá, pero yo sí a ella, y mis recuerdos valen por los dos.”
El hombre se levantó, me agradeció por la atención y se fue dejándome completamente pensativo y, por sobre todas las cosas, conmovido.
Esto…”, pensé, “es una verdadera historia de amor eterno, de entrega, de compañerismo… Sin duda, uno de los mejores regalos que un ser humano puede tener en su vida.”
Aunque la vida no siempre es color de rosas, por suerte existe el amor. Esa fuerza que nos empuja cuando no podemos avanzar, que nos levanta cuando nos pesa el cuerpo y el alma, que nos tiende una mano cuando lo único que vemos es oscuridad y que, por más que pasen los años, no deja de llenar nuestro corazón.
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