Nunca le pude tomar una foto y tampoco el letrero pretendía ser divertido. Pero sí tenía gracia.
Viajaba muy seguido en bus desde Santiago hasta mi casa en Maipú, ya anocheciendo. Las calles se veían deprimentes, con sus casas sucias, pobres y deterioradas, muñones agrietados de árboles sin hojas, basura tirada en las aceras. Todo eso producía en el ánimo una sensación angustiosa.
Pero, de pronto, podía verlo. Aunque estaba oxidado y con rayas, parecía brillar:
"Al Oriente, por Placer"
Justo entonces, se encendían las luces de la calle, el aire se volvía más ligero y no podía evitar una sonrisa, como al encontrar a un amigo. Porque era la sugerencia mágica, viajar al Oriente y sólo por placer, en el antiguo Expreso-Oriente con sus vagones fastuosos, estupenda comida, una copa de champaña, música...
Y llegaba a la casa más animada, aunque apenas tuviera el tiempo para prepararme para el otro día de trabajo.