Moishe está en su lecho de muerte. Ya le quedan apenas unos minutos antes de abandonar este mundo y lo sabe. De repente, en su delirio, cree sentir el maravilloso aroma a manteca y azúcar horneándose de los kíjalaj que hacía su madre cuando era apenas un chico.
Esas galletitas caseras que se le derretían en la boca fueron su mayor
deleite infantil, y ahora, que se estaba muriendo, volvían a su memoria. Sonríe en su sueño mortal y la pequeña risa que sale de su boca, lo despierta. Abre los ojos y huele con todas sus pocas fuerzas. Y huele de verdad esos kíjalaj.
Su olfato se reanima y le indica que ese perfume inenarrable viene del
comedor, a pocos pasos de su cama, pero inalcanzable en su estado como
si viniera del otro lado del mundo. Con sus últimas fuerzas se
incorpora apenas y logra tirarse de costado al suelo. El dolor ya no es
importante para Moishe, que está a punto de morir. Y comienza a arrastrarse penosamente hacia donde viene el perfume ansiado de los kíjalaj de su mamá. Y ya al borde de la extenuación llega a la pata de la mesa. Sus huesudos dedos la aferran y trepan por ella hacia arriba, milímetro a milímetro. Su único deseo es vivir unos pocos segundos más para alcanzar aunque más no fuera un kíjale. Y así, como por milagro, toca el borde caliente de uno.
Con un esfuerzo supremo logra moverlo hasta el borde de la mesa y justo
en el momento en que está por hacerlo caer a su cavernosa boca ya sin
dientes, siente una fuerte palmada en la mano y la voz de su esposa"