Veo en las redes sociales el trabajo esforzado de la gente
que se dedica a popularizar el reciclaje de bolsas y botellas plásticas. Pero
generalmente se reduce a inventar adornos – bastante discutibles – hechos a
base de botellas plásticas convertidas en flores y otros engendros. No me cabe duda que los compañeros
recicladores se sienten realizados con su trabajo y lo celebro. Pero no lo
puedo compartir. Cuando se convive – a la fuerza – con un sujeto preso del mal
de Diógenes, no vamos a cooperar en el aumento de elementos sobrantes.
Opto por lo más simple: botellas de agua de 5 o 6 lts.
vacías, con una piedrita o dos y bien tapadas, como juguete del Niki. Gran
éxito en los primeros minutos, masticada la tapa y aplastada la botella con
patas y caninos, pronto la novedad pierde interés. Sólo lo recupera cuando
algún humano se aventura en terrero perruno. Entonces, la botella, que aún
conserva alguna forma botellil, es cogida otra vez e internada en las
profundidades de su casa, desde donde, se supone, tenemos que intentar arrebatársela
para que el juego recupere su gracia.
Por ahora me enfrento con el tipo del complejo aquel,
pensando en cómo utilizar parte del cúmulo de desechos que ha acarreado a este
aporreada vivienda.