Es duro defender la alegría cuando se posan los ojos a lo largo de estos ríos de injusticia. Una primavera nace timidamente herida por la sangre. Florecerán los huertos, las riberas, las aves se organizan ya, en liturgias de cantos y suspiros. Entre cada pedacito de tierra, de tierra blanda y dulce, pululan diligente los seres más dispares e indefensos. Minúsculos milagros de la vida. Y nuestro corazón humano y carcomido se lame las heridas con las manos del tiempo.
Si todo fuera así, nada más. Esto sería la fiesta que algún Dios o una Diosa soñó una noche en su refugio espacial y solidario. Pero no. El empeño es nuestro y es malsano, agresivo, rapaz y destructivo. La desolación tiene el rostro de un hombre.
Y uno, apenas una luz de luciérnaga florida, muriendo por el hambre del deseo, aferrado a los contornos de los sueños, cobijado entre los brazos de la nada.
Laris
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