Durante las primeras décadas del siglo XX chileno, un grupo de mujeres lideradas por la escritora Inés de Echeverría, decidió fundar un Club de Señoras, donde se acogían reuniones femeninas, debates intelectuales, seminarios, enseñanza, y diversos temas que atañían a las mujeres ilustradas de la época. La existencia de este club, escandalizó a la sociedad chilena, ya que las mujeres estaban haciendo suyas prácticas que eran vistas como propias de la masculinidad. La Iglesia y la elite más apegada a la tradición manifestaron fuertes quejas ante la pérdida de moralidad de estas mujeres y a los actos subversivos que estaban cometiendo, en desmedro de su femineidad y de lo que era ser mujer en la época .
Este hecho nos lleva a cuestionarnos ante las suposiciones que se hacen en torno al discurso de finales del XIX y principios del XX, en la medida de que el ideal de mujer que se tenía fue puesto en duda. Este hecho constata que la rigidez discursiva de la elite hacia otros sectores no era aplicada “con la misma vara” para su propia clase. Es decir, que el discurso que se hace acerca de lo ideal de una sociedad y las construcciones de los tópicos como mujer/femineidad no son tan rígidos como se podría creer, y fueron las mujeres de la misma clase social las que van a intentar deshacer las imposiciones. En el fondo vamos a ver una clara manifestación de que “donde hay poder, hay resistencia” (Foucault, 1976).
¿Cómo es la resistencia de la mujer de la elite? ¿Qué tanto se resiste? ¿Por qué justo ahora se va a resistir? ¿Se podría hablar de mujeres liberales o trasgresoras del mismo discurso? ¿Que implicó la constitución de un cuestionamiento sobre el género?. Al trasgredir ciertas normas impuestas, ¿se va a ampliar el debate intelectual o se quedará en este círculo académico?
El punto de quiebre que hará salir a flote los debates acerca de la mujer, vienen de la mano de profundos cambios que se van a vivir en los comienzos del siglo XX. En esta época se están haciendo enormes esfuerzos intelectuales por construir un ideal de país en torno al progreso y a cómo este daba bienestar a la sociedad. En América Latina principalmente se hizo un esfuerzo por rescatar todo lo europeo e instalarlo en el país como medio para alcanzar el bien de la sociedad entera, y para esto, se intentó importar lo europeo e instalarlo en América Latina (Bradford, 1990).
Con esta importación técnica (ferrocarriles, arreglo del Santa Lucía) también llegaron las ideas intelectuales europeas a deconstruir el discurso que se vivía en Chile. Esta implementación forzosa debía tener sus paradojas, puesto que se quería implementar una vida moderna, sin haber pasado por una modernización industrial. En este sentido, fueron las ideas intelectuales las que no fueron fáciles de encajar completamente, y las que causaron mayor problema en la sociedad.
Es entonces necesario visibilizar las discusiones que se van a vivir en este período y la existencia de una rama de la élite que efectivamente pondrá en cuestionamiento el rol de la mujer. Además poner en discusión que la transgresión de este grupo de mujeres de ninguna forma llegó a ser total, sino que se va a convivir tanto con las nuevas ideas europeas junto al deseo de mantener el ideal tradicional. En el fondo, la ruptura del discurso no fue tal, sino que sólo se amoldó para hacer entrar una selección de prácticas trasgresoras para la época, pero al mismo tiempo, estas mujeres continuaron imponiendo el ideal tradicional que se había construido acerca de lo femenino.
El ideal de la mujer que se traía de Europa estaba más unido al sensualismo, a lo exótico, a la liberalidad (Perrot, 1990) en cambio la mujer chilena del XIX tenía un ideal casi opuesto, en donde se privilegiaba la castidad, la emoción, la necesidad del hombre, su rol maternal (Urriola, 1996). Ambas concepciones se abrieron en un debate dentro de la élite, lo que ocasionó que un grupo de mujeres decidiera transportar esta visión europea de la mujer y por otro lado, otro grupo de élite se opusiera a toda costa a esta imagen, la cual consideraban inmoral y peligrosa para la sociedad.
En esta misma importación de prácticas, se va a permitir a la mujer
ingresar a las universidades, pero no de una forma igualitaria a los
hombres. La profesionalización de las mujeres funciona para asegurar su
posicionamiento social y para ejercer un control con el fin de descartar
las ideas de emancipación femenina ( Agliati, 2004). En
este sentido, se está intentando emular un discurso más liberal pero
tratando de posicionar a la mujer en su rol más tradicional: la de
madre, dueña de casa y dependiente de su marido.
El problema que estamos viendo acá, es sumamente importante, puesto
que los debates acerca del rol de la mujer entre lo tradicional y lo
moderno, siguen en boga hasta el día de hoy. Hay un dejo por dejar a la
mujer en su rol de madre, tanto desde la sociedad como desde el Estado,
pero a la vez, hay un fuerte debate que lucha por la igualdad plena
entre hombres y mujeres. Eso va a demostrar que los problemas en torno
al rol de la mujer no van a ser solucionados plenamente, ni va a existir
una revolución femenina como tal, sino que paulatinamente se va a
permitir ciertas facultades a las mujeres, pero se va a querer mantener
su rol tradicional a toda costa.
Es este mismo debate que vamos a ver a principios del siglo XX, donde
lo que se va a criticar de las nuevas costumbres que quieren adoptar
las mujeres va a ser la ruptura con lo que en la época se va a entender
como la moralidad. La mujer tendrá un rol en lo moral dependiendo de las
prácticas que decide realizar. Al estar más ligada a los roles
tradicionales va a conservar su moralidad y su bondad, mientras que al
alejarse va a caer en la corrupción del cambio de siglo. De hecho, el “Club de Señoras de Santiago” será un antro de inmoralidad desde la visión más católica de la élite (Subercaseaux, 1997).
Estas discusiones se vieron publicadas en los periódicos de la época; en los más tradicionales se criticó fuertemente el concepto de mujer que se estaba trayendo, y en los diarios más afín con estas ideas se alabaron las nuevas ideas y se intentó debatir en torno a lo que la mujer debía o no hacer.
No fueron sólo las ideas las que trajeron consigo un cambio de paradigma, este podría ser la punta del iceberg. Siguiendo el lineamiento de Foucault, también es interesante dar cuenta de que no todo es el discurso, sino que hay un sinnúmero de hechos arbitrarios que van a ejercer presión en el cambio en sí. Uno de estos puntos fundamentales es el aburrimiento que sentían las mujeres de la época.
La rebelión de la mujeres no necesariamente fue únicamente por un teoría
feminista importada de Europa, sino que también fue debida a que los viajes, el ingreso a la universidad, el acceso a los libros impresos trajo consigo un cambio de mentalidad,
en lo que es el día a día. En el fondo el cambio de intereses, o la
apertura hacia nuevos intereses hizo que se constituyera una rebelión
contra la frivolidad o el aburrimiento hacia el hogar como único lugar
para ellas. (Kim Verba, 1995).
Dado que la élite masculina va a moldear y normar el ideal de la mujer
de la misma forma que en el XIX, la llegada de nuevas ideas o el acceso a la cultura, va quebrar la pasividad femenina con la que se tomaban estas limitaciones. Si bien, no fue un quiebre total el que ocurrió, al menos sí hubo un cuestionamiento parcial de lo que se quería ser,
sin por eso poner en cuestionamiento a la norma en sí, sino que a sus
destinatarios. La mujer de elite ya no quería ser normada bajo estas
formas, pero esto no significaba que rechazaban la norma para mujeres de
otras clases.
En el fondo, el discurso va a ponerse en tela de juicio ante el cambio
de mentalidad de las mujeres más liberales de la elite. Ellas veían en
estas normas un impedimento para su libertad y su posibilidad de entretenerse,
pero esto era posible por el sentimiento de que la élite tenía de por
si una adecuada moralidad. Es por esto, que sintieron que ellas podían
salirse de las normas, puesto que no había peligro de caer, siendo que
al mismo tiempo replicaron el mismo discurso conservador a clases más
bajas bajo el pretexto de que aquellos grupos no estaban educados para ser seres morales.
En los últimos años ha preponderado la historiografía acerca de las
mujeres, considerándolo como parte fundamental para complementar los
trabajos que se habían hecho desde entonces. Junto a esto la influencia
de Michel Foucault en las formas de hacer historia, dio pie para que se
pensara en dejar de buenas las continuidades, para escarbar en las irrupciones
(Foucault, 1970). Junto a esto, la influencia del post-estructuralismo
en género, ha permitido que se hagan estudios de la mujer pero desde la
deconstrucción de lo que es ser mujer. Asumiendo así que ser mujer no es
algo biológico, sino que es una construcción que cambia constantemente
(Butler, 1990).
Bajo este prisma se han
estudiado los cambios que ha traído la modernidad en la construcción de
la mujer, y cómo los cambios de mentalidad son un soporte para generar una identidad de lo femenino a partir de un discurso impuesto.
Elizabeth Hutchinson va a sostener que el hecho de que el trabajo en
Chile sea de exclusividad de los hombres, así como también la reunión en lugares fuera de la casa; habrá una deseo de las mujeres de transformarse performátivamente en hombres, incluso llegar al travestismo, para que su masculinización implicara la libertad completa de adquirir igualdad de condiciones.
Así también el cambio de siglo y la venida de la cuestión social han
permitido generar bibliografía de lo complejo que era ser mujer pobre, y
cómo éstas también desafiaban lo que se les imponía desde las élites
(Urriola 1996). Así también se ha escrito sobre la misma
problematización una vez que la clase media entró a la universidad, en donde la paradoja estaba en la inserción femenina como parte
de la sociedad, pero al mismo tiempo una exclusión en el trabajo, en
donde se seguía pensando en las mujeres como inferiores intelectual y
corporalmente ( Agliati, 2004). Sin embargo, hay poca
historiografía que haya buscado estos mismos cuestionamientos en la
elite, donde se va a suponer que se pretende seguir en la norma que su
misma clase impon.
El caso de las mujeres de élite que se rebelaron ante el discurso para
formar un Club de Señoras ha sido estudiado como corriente literaria
(Subercaseaux 1997) o cultural (Vicuña, 2001) incluso como principios
del feminismo (Errazuriz, 2005). Sin embargo, buscar las continuidades
de estos procesos no es relevante en términos historiográficos, sino
que lo interesante del proyecto es la búsqueda de las mismas paradojas en la constitución del rol femenino y el deber ser de la mujer.
Paradojas que encontramos desde el deseo de rebelarse en pos de los
discursos normativos hacia otras mujeres de clases, paradojas de índole
religioso con la aparición del espiritismo como religiosidad válida
(Vicuña, 2006) en pos de una normatividad de la religión para otras
clases, y así sucesivamente.