"No puedo darte lo que tú necesitas":
No recuerdo si se lo dije directamente a una persona o pensé
decírselo, pero francamente era eso. En el plano amoroso, todo puede andar
bien, pero cuando se trata de algo más definitivo, cuando se planea compartir
la vida de todos los días con otra persona, el asunto se complica.
Hay personas que parecen necesitar o exigir – aunque no de
manera directa –mucho más del tiempo de su pareja. Se trata de gente más
absorbente con la cual hay que estar siempre en continua alerta, además de
constituir un verdadero reto.
Se trataba de alguien de la tribu aquella con cierto aire de
centro de mesa, de esos que cuando ingresan en un local cualquiera, sea café,
teatro, hospital, etc. siempre llamarán la atención, como cuando un actor entra
en escena. Aunque nadie los conozca, no pasarán inadvertidos por su forma de
moverse, de hablar. Tienen seguidores, pero también detractores.
Se da en los artistas, deportistas, etc.
Pasando el tiempo, conoció a alguien que estuvo dispuesta a
compartir su vida para que se hiciera cargo de ella y de sus otros hijos. Era
una mujer valiente que había sufrido las consecuencias trágicas del golpe de
estado y él podía brindarle un apoyo maravilloso. Era bebedor y fumador a
conciencia. Sin embargo y como ocurre con frecuencia en los alcohólicos, jamás
lo vi borracho a lo largo de cuarenta años. Como era de esperarse, murió por un
infarto fulminante. ¿Tendría ella que
administrarle su ración de tóxicos, luchando por convencerlo
de cuidarse? Recuerdo cuando nos juntábamos a compartir una botella de pisco y
un par de cajetillas de cigarrillos y eso parecía ser el motor de una
conversación apasionante. No me imaginé jamás en condiciones de tener que
controlarlo en esos temas. Ella lo hizo, dedicándose a él por tiempo completo.
Al menos él tuvo buena compañía hasta el fin y eso me alegra.
Usé parte de esta historia en un cuento que armamos en un
taller. Copio el final:
“ ¡No me
dejes solo! La tomó de los hombros con fuerza. Había un brillo de lágrimas en
sus ojos.
- Ábreme la
puerta, por favor. Tenía una mochila a la espalda y un bolso lleno con sus
pertenencias.
Él miró un instante, luego bajando los brazos y cabizbajo, fue
a abrir.
Elena se detuvo en el umbral. Se volvió un instante a mirar
los ojos enrojecidos del hombre y sabiendo que jamás encontraría otro como él y
que noches y mañanas y quizá siempre lo extrañaría, salió.”