NECESITO del mar
porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia: no sé si es ola
sola o ser profundo o sólo ronca voz o deslumbrante suposición de peces y
navios. El hecho es que hasta cuando estoy dormido de algún modo magnético
circulo en la universidad del oleaje. No son sólo las conchas
trituradas como si algún planeta tembloroso participara paulatina
muerte, no, del fragmento reconstruyo el día, de una racha de sal la
estalactita y de una cucharada el dios inmenso.
Lo que antes me enseñó
lo guardo! Es aire, incesante viento, agua y arena.
Parece poco para
el hombre joven que aquí llegó a vivir con sus incendios, y sin embargo el
pulso que subía y bajaba a su abismo, el frío del azul que
crepitaba, el desmoronamiento de la estrella, el tierno desplegarse de la
ola despilfarrando nieve con la espuma, el poder quieto, allí,
determinado como un trono de piedra en lo profundo, substituyó el recinto
en que crecían tristeza terca, amontonando olvido, y cambió bruscamente mi
existencia: di mi adhesión al puro movimiento.