Ya no recuerdo quien fue su madre, quizá una de piel gris y blanca. Fue siempre reclamona, cuando consideraba que era su hora de comer, maullaba de manera destemplada, nada dulce ni armoniosa sino exigente al máximo. Ya bien alimentada, se ponía melosa y le encantaban los mimos. Como algunos de sus congéneres, era coleccionista. Todos los días llegaba arrastrando algo, a veces con gran esfuerzo y tirones, ya que tenía que atravesar la puerta gatera, que no estaba a ras del suelo. Trajo ropa interior infantil, juguetes, toallas, guantes, calcetines. Intenté investigar entre los vecinos, pero a nadie le faltaba nada ni tenían niños pequeños. ¿De dónde los traía? Quedó en el misterio.
Otro de sus hábitos no era nada recomendable: le gustaba orinar sobre superficies planas como platos, bandejas o palas.
¿Por qué se le puso Fridolina? Por coqueta, como cierto Fridolín.