Anticipando la avalancha de visitantes y la lejanía del lugar en cuestión, opto por quedarme en casa.
Allá por los 60, recuerdo la presencia del Coro de la Universidad de San Marcos, invitado a cantar en el salón dorado del mentado sitio. El Coro Filarmónico, actuando de anfitrión, aprovechó de recorrer todas las dependencias, mientras nuestra amiga la Paca Garín saltaba sobre los lechos palaciegos, aplaudida por el Guagua, que siempre estuvo en todas las paradas.
El administrador de la época, al llegar cierta hora de la tarde, ordenaba cerrar todas las ventanas porque: “No se vaya a resfriar el palacio”.
El valiente director del coro peruano, Manuel Cuadros, decidió venirse a Santiago en auto, por su cuenta y con mujer y bebé en una agotadora travesía.
El concierto fue memorable en esa sala toda barroca, aplaudido por tutti quanti.
El comedor estuvo por años hecho un desastre, sólo en década posterior, recuerdo una comida allí con posterior visita de los comensales a la pinacoteca, bastante interesante.
Y la visita final fue en el por mí celebrado año 1995: año de la jubilación ¡Viva! y también del estrangulamiento de cinturón gracias a la AFP. Decidí que por ser los últimos doce meses laborales, aceptaría todas las invitaciones, o casi.
Entonces me tocó la de alguna compañía naviera, en los jardines del palacio y me estacioné como siempre, frente al Geográfico Militar, mientras el hermano Checho, de oficio acomodador de autos, luego de los habituales saludos, me veía con asombro endilgar en dirección distinta a la estación Toesca habitual.
Me detengo en el hermano: alcohólico confeso, contó que cierta vez, un amigo lo arrastró a una reunión de cierto templo, lo agarró el espíritu y desde entonces, fue abstemio y se convirtió en militante activo, dándole rienda suelta a su reconocida facilidad de palabra.
Ignoro si alguien ha escrito algún libro sobre la historia de este famoso lugar, sobre el cual abundan sabrosas anécdotas, si es así, lo compro.