- Va a crecer hasta aquí no más – aseguró la persona que lo
vendía, señalándome su oreja izquierda. Me pareció perfecto para un pinito
flaco de macetero. Después lo trasplanté a un rincón sin muchas esperanzas Ni
me di cuenta cuando llegó a los dos
metros, para seguir cielo arriba dale que dale. Como era un solo tronco con
ramitas relativamente cortas, su sombra esbelta no molestaba. Pero en días de tormenta me comenzó a
preocupar la altura y la leve inclinación que tenía hacia la casa. Además, llegó
el momento en que los cachureos del allegado invadieron todos los espacios
disponibles y pensé en salvar un espacio privado para mi, justo al lado del
árbol, único lugar disponible. Había que derribarlo ahora ¡ya! antes de armar
la mediagua. Tarea nada de fácil porque apenas había espacio para maniobrar.
Cuando los vecinos se dieron cuenta del inminente derribo, opinaron: “Ese pino
se ve de todos lados, como una señal.” o
“Me encanta mirarlo desde mi balcón” otro se lamentó. “¡Qué pena!
Siempre se posaban arriba los tiuques,
haciendo guardia”. También me
gustaba mirarlo, pero lo tenía demasiado cerca para una buena foto.
Tras la arriesgada labor del maestro constructor-destructor,
(de 90 kilos) sólo quedan unos trozos de tronco.
Imagino que los pájaros que se refugiaban entre sus ramitas
y las aves rapaces de la tarde, también lo extrañarán. Sin embargo, sobrevive
su fantasma como una protesta silenciosa ante esa muerte inmerecida.