Ayer fui a votar, la mesa donde lo hago concentra a gente muy antigua pues corresponde a los primeros que se inscribieron después de la dictadura.
Venían ancianos caminando con ayuda de bastones o en silla de ruedas. Al finalizar mi cometido y cuando salía del recinto, me topé con un viejo amigo buscando su mesa. Tiene cerca de 90 años, anda muy encorvado y con bastón. Lo acompañé al lugar que le correspondía y esperé mientras votaba. Cuando terminó me pidió ayuda para aplicar el adhesivo, lo que hice con mis dedos más que torpes. Esperé que terminara para ayudarlo con las escalones.
En eso, nos alcanzó un joven de turno en la mesa para traerle su carnet. Al minuto siguiente, apareció otro para pedirle la firma reglamentaria y por último alguien le entregó su billetera abandonada. Yo no había notado los olvidos porque las gestiones frente a la mesa de votación son individuales. O sea, el pobre amigo anda por la ciudad como una especie de ángel desmemoriado. Me explicó que lo acompañaba un grupo de amigos. No le creí porque es obstinado y no quiere reconocer sus fallos. Además, tiene algunos rasgos infantiles pues sacó de su bolsillo para mostrarla, una vieja foto recortada de un periódico, donde aparece junto a uno de los candidatos y también anunció el voz alta su preferencia al votar. Me pregunto lo que habrían pensado los chicos de la mesa al vernos juntos, dos viejos tratando de afirmarse y ambos con visión en un solo ojo, lo que produce problemas para el cálculo de distancias. Para la risa.
Me despedí dándole inútiles recomendaciones al amigo, viejo luchador de muchas guerras, profesional destacado en su campo, consecuente con sus ideales de toda la vida. Ahora pienso en si me daré cuenta de mi propio deterioro. Me refiero al mental porque el físico se cae a pedazos, por decirlo de algún modo.