La moda actual obliga a evitar referirse a jerarquías de cualquier tipo, aunque estemos y estaremos y hemos estado inmersos en ellas. En una fábrica donde trabajé se usaba cubrirse la testa con un casco cada vez que el funcionario penetraba a un taller, bodega o recintos similares. Los operarios usaban casco amarillo, los capataces, naranja, los empleados azul, los de seguridad, verde y quienes les daban cuerda a los demás – o sea los llamados ejecutivos – blanco. Con el tiempo, esa palabreja “ejecutivo” perdió su categoría inicial, usándose para denominar a toda la gente oficinesca y al menú de los comederos de tercera.
La primera vez que usé el artefacto me sentí mareada pues ese sombrero rígido guarda espacios vacíos en su estructura y pesa más que un sombrero. Pero también me ocurrió la segunda, tercera… En cierta ocasión aparecieron en la bodega principal unos funcionarios de aduana y pusieron tal expresión al serles exigido encasquetarse, que el jefe de bodega quiso hacerse el simpático y hacer la vista gorda al reglamento. Pero, al levantar el ayudante una enorme jaba para abrirles el paso, se deslizaron unos trozos de madera puntiagudos que alguien había dejado encima de ella, aterrizando en la frente de uno de los visitantes.
Conmoción, explicaciones y disculpas surtidas, viaje a la enfermería y vendaje. Hubo que regalarles un par de botellas del mejor whisky del mandamás de la usina y todo terminó en sumario interno.