Parece que el reloj biológico avanza más rápido de lo presupuestado. Hoy me costó mucho esfuerzo el trabajo de ordenar el patio, podar ramas invasoras, botar las secas – dejando sólo las ramillas más pequeñas para los pájaros – regar algunas plantas, cambiar el agua de perros y aves, barrer, mojarme entera con una manguera díscola, tropezar, llenarme de espinas, en fin todo lo que conlleva la tarea.

 Quedo exhausta. Observo que mis vecinas más o menos contemporáneas tienen la ayuda de una empleada. Me consuela pensar que si pudiera financiar ese gasto,  el diario mantenimiento exterior lo haría igual.

Tomo un respiro junto a una taza de té – las invito – mientras dejo para mañana (o pasado) lo que no alcancé a hacer hoy y trato de aunar energías para consultar algún médico, pero, como ya no tengo ganas de perder tantas horas en el viaje, tendré que ubicarlo en esta comuna. Lo cual, de poco sirve.

Entonces, dejo mi refunfuño clavado en este muro.