La gente de esa época se refería, por ej. a las “casas de caramba y zamba” y las frases estaban llenas de eufemismos, destinados a evitar ciertas palabras “fuertes” como se las llamaba y dando al lenguaje diario una estructura un poco rígida, no poco socarrona y con cierta gracia.
En la actualidad, todo comenzó con un evento: aquel desperfecto casual en una calle pavimentada y siguió dando rodeos a vocablos que podrían irritar la delicada epidermis de algunos y atentar contra sus derechos humanos. Ahora, un vagabundo o sin casa, es referido como “persona en situación de calle” o aquel que se podía describir como retrasado mental o a quien le faltan dos chauchas para el peso, ahora es una persona con “capacidades diferentes” o el ciego se transforma en “discapacitado visual” y tantas nuevas, largas maneras de referirse a algo que era breve y conciso. También ha invadido el campo de la moda y las esbeltas perchas donde lucía tan bien la ropa, han tenido que ceder parte de su lugar a obesas exhibiendo con orgullo sus excedentes de grasa.
No cabe duda que todos aquellos que no calzamos (para nada) en el molde de la perfección, nos sentimos valorizados y llenos de autoestima aunque sólo sea con el aire que nos insufla el bombín de lo políticamente (e hipócritamente) correcto.