El libro preferido de mi abuela fue “Mis prisiones” de Silvio Pellico (patriota, escritor, poeta) donde relataba el largo período en que estuvo prisionero de los austrìacos en confinamiento solitario. Cada dìa era una aventura compuesta de detalles mínimos y su compañera de celda fue un tiempo una araña a quien alimentaba con insectos cazados por èl. Siempre se referìa a diferentes párrafos del libro, que había perdido en una mudanza.
Pasadas unas cuantas décadas, encontrè el libro traducido y lo comprè de inmediato. Cuando se lo entreguè, lo agradeció un poco de dientes para afuera y lo dejó por ahì sin abrirlo siquiera. Pensè que no le interesarìa escrito en castellano, pero no se trataba de solo eso. Habìa perdido el interés que antes la animaba. Dejò de contarnos las anécdotas de su vida y la historia de sus antepasados. Hasta dejó de hablar, màs que con monosílabos. Intentè interesarla en algo, sin éxito. Parecìa metida en sì misma, sin prestar atención a su alrededor. Pasados los años, observè lo mismo en mis tìos.
Se puede recordar la desoladora sensación que produce, por ejemplo, el haber estado enamorada de una persona o una actividad cualquiera que nos encantaba, para descubrir de la noche a la mañana, que ya nada nos mueve, que esa persona o esa actividad nos son completamente indiferentes. Una se rebela y trata por todos los medios de resucitar aquel enamoramiento…y nada.