La escena tenía que impresionar y salir perfecta, una escena como la que sabe hacer Hollywood, que parece no tener límites en efectos especiales. Brandon Lee, joven actor y toda una promesa en el cine, saldría de una tienda llevando una bolsa de comestibles. Otro actor le dispararía cartuchos de fogueo.
Un artefacto, dentro de la bolsa, haría explosión, simulando un estallido mortal. Pero esta vez, por alguna razón desconocida, el explosivo fue muy fuerte y mató a Brandon Lee. Fue un momento trágico en que la ficción se volvió realidad.
Más de una vez, en la larga historia de Hollywood, se han suscitado accidentes en escena. Algunos actores, al filmar escenas de muerte, han muerto de verdad. Una inundación simulada se vuelve cierta. Una ejecución en la horca se convierte en realidad. Un cartucho disparado por un arma está cargado de plomo verdadero. Es en estos casos, como en el de Brandon Lee, que la ficción se vuelve realidad.
Así como en Hollywood, también en la vida común esa vida que se lleva fuera de los estudios cinematográficos, la ficción, a veces se vuelve realidad. Sucede cuando el adolescente, para causar gracia, simula una borrachera, carga demasiado la copa y sufre un edema cerebral. Ocurre cuando la quinceañera, por jugar a ser mujer sensual, se enreda con individuos inescrupulosos, y de una blanca inocencia pasa a una vida inmoral, llena de drogas y de prostitución. Y se produce cuando el empresario, sin tener la más mínima intención de serle infiel a su esposa, se ve emocionalmente involucrado con su secretaria, y no resiste la tentación de acostarse con ella.
No conviene jugar con la ficción, como tampoco conviene coquetear con la deshonra. Lo que comienza como un simple acto inocente, de alguna manera u otra se convierte en realidad, y cuando queremos salir del compromiso, estamos ya envueltos en el embrollo.
No obstante, hay una vida auténtica. No todo es falsedad en este mundo. Hay una vida verdadera, sin engaños, sin trampas, sin mentiras. Es la vida que ofrece el Señor Jesucristo: una vida aquí en este mundo, íntegra, justa y decente.
Esa vida la encontramos al despojarnos de toda hipocresía y falsedad. La verdadera libertad viene cuando somos totalmente transparentes. Jesucristo declaró que la verdad nos hará libres. Esa vida limpia y pura puede ser nuestra. No corramos ni nos escondamos más. Entreguémosle hoy nuestra vida a Cristo. Él la hará nueva.
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