Por muchos años Gonzalo se preguntó si su vida tenía sentido, y mucho más, la tarde en que el médico—con una voz calmada que buscaba imprimirle tranquilidad a las palabras—le anunció que tenía cáncer.
--La enfermedad está en su primera fase. Hasta aquí, podemos hacer algo. Además de estos exámenes que debe tomarse—le extendió las respectivas órdenes--, debe prepararse para la quimioterapia que inicia en quince días, según espero--.
El día se tornó gris. El sol, aunque radiante y que se colaba juguetón por la ventana, pareció perder toda su alegría. Incluso el paisaje que estaba junto al escritorio del especialista, que siempre le pareció evocador de momentos agradables, perdió su encanto y viajando en el tiempo y la distancia, en esa fracción de segundos que le pareció eterna, llegó a pensar que era el sitio más aburrido de toda la tierra.
--No entiendo por qué me ocurre esto a mi--, musitó con desgano.
Sin embargo, Dios obró un milagro. Claro, se tomó las sesiones prescritas de radioterapia, pero fue el Señor quien le permitió salir airoso de la situación y compartir con otras personas el milagro ocurrido en su vida.
El Dios en el que hemos creído es un Dios de milagros. Recientemente leí sobre un descubrimiento de la ciencia que pone de manifiesto la grandeza de nuestro Creador. El "Guardián guerrero". Se trata del gen supresor del crecimiento tumoral y que se conoce como P5.
De acuerdo con el científico Geofrey Wahl, especialista en oncología, este gen permite que el organismo suprima las células en vías de convertirse en cancerígenas. Lo más sorprendente es que a partir de tejidos adultos, abre la posibilidad de crear células madre totalmente sanas.
Algo más: ha dado lugar a lo que la ciencia en la revista "Nature" llama "Medicina regeneradora, que no es otra cosa que reprogramar con éxito las células madre.
Un Dios de prodigios
El Dios en el que usted y yo hemos creído es un Dios de milagros. Nadie como Él. Desde antes que naciéramos, nos tenía en su propósito eterno y sabía hasta los detalles mínimos de lo que sería nuestro cuerpo.
Esa maravillosa capacidad creadora del amado Padre celestial la describió el rey David: "Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. ¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos!" (Salmo 139:15-17, Nueva Versión Internacional).
Piense por un instante que, para un Dios de poder como el que nos creó, no resulta imposible sanarnos. Tal vez en nuestras fuerzas resulte difícil, pero para Él, en absoluto.
La ciencia podrá decir que su enfermedad es incurable, pero si nos atrevemos a creer en Su poder, no solo recibiremos sanidad sino que esa sanidad será hasta tanto vamos a Su presencia. Vamos, créale a Dios. ¡Hoy es el día para su milagro!