Una respuesta pecaminosa frecuente es aferrarse a la ira hasta que ésta se convierte en parte de nuestro carácter. Se aloja en lo más profundo de nosotros, y comienza a torcer los pensamientos y a agitar las emociones. La paz y la alegría están claramente ausentes, porque éstas no pueden convivir con la ansiedad y la frustración que acompañan al disgusto.
Después de envenenar al carácter, el espíritu de enojo afecta a otras relaciones. Se lanzan palabras hirientes, incluso contra quienes no son la causa de la ira, y se levantan escudos de autoprotección para evitar cualquier herida. Lamentablemente, los resultados de esta conducta son una relación tensa y el aislamiento.
Aunque el enojo puede dañar el carácter y la relación con otras personas, su consecuencia más trágica es el rompimiento del compañerismo con Dios. La ira no sólo obstaculiza su obra en y a través de los creyentes, sino que también aflige el corazón del Padre celestial. Él desea colmar a sus hijos de bendiciones, pero los puños cargados de ira no pueden recibir la riqueza de la persona y el llamado de Dios.
¿Está usted albergando algún sentimiento de ira o enojo en su corazón? Éste podría estar tan metido dentro de su alma, que no está consciente de su presencia. Pídale a Dios que le revele cualquier resentimiento oculto que haya en usted. Deshágase de él, y aprópiese de las riquezas de Cristo.
Proverbios 19:19 El de grande ira llevará la pena; Y si usa de violencias.
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