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"Se cuenta que durante el reinado del sultán otomán Mehmet II, llamado el Conquistador, un guerrero se había hecho famoso por las veintidós victorias que obtuvo contra los ejércitos enemigos. Era la época en la que se luchaba con sables, y entonces, un día, el sultán pidió que le trajeran este sable siempre vencedor que, según él, debía poseer algunas particularidades excepcionales. Así pues se lo trajeron. Él lo cogió, lo giró, lo volvió a girar… Como era un sable completamente ordinario, el sultán, decepcionado, lo rechazo diciendo que no era más que un arma cualquiera. Cuando el héroe que había salido victorioso en tantas luchas se enteró de la reacción del sultán, exclamó: «Pero él sólo ha visto el sable, no ha visto mi brazo. Es mi brazo quien ha conseguido las victorias». Yo también os doy un sable, es decir unos métodos espirituales eficaces, pero a condición de que los apliquéis. Incluso un minúsculo cuchillo puede hacer maravillas si cada día os ejercitáis en su manejo, y una única cerilla puede iluminar una ciudad entera. Con un método aparentemente insignificante, se puede también hacer un trabajo inmenso: todo está en el brazo, es decir en la voluntad."
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