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En un pueblo lejano había un viejo párroco respetado por sabio y bondadoso
La iglesia estaba lejos de la parte principal de aquel pueblo y el camino que llevaba a la misma era largo y difícil de transitar
Por lo que se encontraba medio solitaria y algo abandonada
Sin embargo, cuando llegaba Diciembre, acercándose la Navidad, algo sucedía en la calle que parecía adquirir luz propia
Tal vez ayudase el esmero con el que el viejo párroco se ocupaba de adornar un , igualmente viejo, ciprés que lo acompañaba a la puerta de la iglesia.
Lo adornaba con tantas luces, cristalitos de colores y todo aquello que le pudiera dar brillo y alegría que la calle de la Iglesia parecía en aquellas fechas la calle pricipal.
Y hasta la vieja parroquia adquiría tanta luz que se escapaba por entre los viejos ladrillos como si éstos fueran transparentes
Cada año el viejo párroco convocaba, justo en estas fechas, en esta semana antes de cambiar el año, a todos aquellos que tuvieran un anhelado deseo, una grave herida o una imperiosa necesidad.
Los escuchaba tan atento como amoroso y les exhortaba a preparar su corazón para un gran milagro.
LLegabaeldía y el cura ante todos los reunidos decía unas palabras con voz muy baja, unas quién sabe qué extrañas palabras a modo de oración que no conseguían escuchar.
Dicen que a Dios le gustaba tanto aquello que este párroco tan humilde como generoso le decía…
Dicen que le entusiasmaba tanto aquel árbol tan concienzudamente iluminado…,
Dicen que disfrutaba tanto de esa reunión cada Nochebuena que no podía resistirse al pedido del cura y concedía los deseos de las personas que allí estaban,
Aliviaba sus heridas y satisfacía sus necesidades
Llegó un día en que murió el párroco y todos creyeron que ya nadie podría sustituir a su entrañable amigo y párroco
Las siguientes Navidades tal vez por respeto y cariño a su viejo párroco, tal vez como póstumo homenaje, decidió la gente del pueblo armar igualmente bonito aquel viejo ciprés.
Todos colaboraron en la tarea y una vez finalizada, se dieron cuenta de que nadie supo nunca qué palabras eran las que pronunciaba en aquellas ocasiones el viejo pàrroco.
Con más o menos ánimo cada uno obsequió con lo que pudo, algunos canciones, otros recitaron salmos y todos recordaron a su párroco y se abrazaron y se miraron a los ojos y recordaron cómo a todos había escuchado cada año las penas que les agobiaban aquellos días y ahora… unos a otros a sí mismo hicieron.
Hablaron de sus familias, de la enfermedad del abuelo, del marido sin trabajo y de tantos y tantos anhelos.
Compartieron entre ellos sus penas, sus consuelos y sus deseos.
Y dicen… que Dios disfrutó tanto con toda esa gente reunida, frente a la vieja parroquia, compartiendo sus penas y deseos y mirándose a los ojos, compadeciéndose del penar ajeno
Y cada uno tratando de consolar y animar al otro que
Aunque nadie dijo las palabras adecuadas, igual Dios se llenó de entusiasmo y sintió el deseo de satisfacer a todos los que allí se encontraban. Y lo hizo!!!.
Ha pasado mucho tiempo y no sabemos cuál era aquel pueblo ni sabemos qué especiales palabras brotaban de aquel viejo párroco,
Pero la historia fue pasando de unos a otros… y hasta nosotros ha llegado
Y con la historia, lo que sí sabemos es que a Dios le encantan estas historias de Navidad y que le conmueve que nos juntemos y nos contemos nuestras cosas, nuestras penas y nuestros deseos y de ese compartir nazca el afecto que destierra la solitaria tristeza y por fin… nos hace sentir hermanos
A mi me llegó la historia por voz de otro hermano, Jorge Bucai, que, entre otras buenas obras, escribe y regala cuentos.
Y aunque lo haya desmerecido mi memoria…, así , tal cual , lo recuerdo. Y así ha hecho que también recuerde a quienes habéis sido mis compañeros de penas y deseos.
Quiero que nos juntemos en estas fechas, ya que no alrededor del árbol, alrededor de este cuento.
Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo
maría (TalVez
)