En la lejana Ciudad Gatonesa, vivían muchísimos gatos. Pero sólo dos eran los más famosos y conocidos: Rapigato y Gatontuelo. Ellos eran dos personajes muy especiales en esa ciudad, y muy queridos por todos, pero entre ellos eran totalmente enemigos. ¡Es que eran tan diferentes el uno del otro! Rapigato decía que le fastidiaba hablar con Gatontuelo porque era muy tonto y nunca tenía un tema interesante de qué hablar, además de ser súper lento para todo y muy aburrido. Gatontuelo, por su parte, opinaba que Rapigato era un fanfarrón insoportable, que tenía «aires» de súper héroe, y que no se podía ni hablar con él porque siempre andaba apurado, y pasaba de un lado a otro muy rápidamente. Por eso, nunca se los veía juntos, salvo cuando se reunían todos los habitantes de Ciudad Gatonesa para tratar de solucionar algún problema. Y últimamente, tenían un grave problema que no sabían como resolver. Es que a éstos gatos, les gustaba mucho comer queso, era su comida preferida, porque para ellos, no había nada más rico que eso. Pero ese no era todo el problema, lo grave de la situación era que muy cerca de allí, había un pueblo llamado Ratolandia, cuyos habitantes eran pequeños ratones. Y cuando caía la noche en Ciudad Gatonesa, todos los ratolandeses salían de sus cuevas e invadían la ciudad vecina dejándolos sin queso. Y eso, para ellos, era imperdonable. Había que buscar una solución… ¡pero pronto! Ya habían intentado dejando como vigilantes a Gatomisario (el comisario de la ciudad) y a sus Gatolicías (los policías) durante toda la noche. Pero siempre pasaba lo mismo: en algún momento todos se dormían, y entonces los ratolandeses aprovechaban y les comían todo el queso. Después empezaron a probar suerte turnándose para hacer guardia, dos gatos por noche, pero ninguno de ellos logró vencer el sueño. Hasta que por fin, una noche les llegó el turno a Rapigato y Gatontuelo, ¡los dos juntos! Ellos estaban muy enojados, así que ni se hablaban. Rapigato empezó a recorrer la ciudad, de un lado para el otro, para ver si descubría a algún ratón. Pero lo hacía tan rápidamente, que muy pronto se tuvo que sentar a descansar, y al final, se terminó durmiendo. Gatontuelo, en cambio, era tan lento, que era imposible cansarse a su paso. Cuando apenas había terminado de recorrer algunas cuadras, aparecieron los ratones, y como era tan tonto, en vez de intentar atraparlos, se puso a charlar con ellos. Los ratones sorprendidos, lo escuchaban, y Gatontuelo entonces, se puso a contar chistes… Primero les contó un montón de chistes divertidos, y los ratolandeses no podían parar de reírse. Pero luego, empezó a contar chistes que no tenían ninguna gracia, y eran tan aburridos, que los ratones se terminaron durmiendo. Gatontuelo, no lo dudó ni un instante, despertó a Rapigato, y juntos cargaron a todos los ratones en una gran canasta. Y así, Rapigato, valiéndose de su velocidad, los llevó muy, muy lejos de la ciudad, para que nunca pudieran regresar. Cuando amaneció en Ciudad Gatonesa, Rapigato ya estaba de regreso y junto a Gatontuelo, contaron a todos lo sucedido. Y estaban tan felices, que hasta se abrazaron emocionados. Toda la ciudad cantaba de alegría por sus nuevos héroes. Y ellos, sonreían felices mientras firmaban autógrafos y posaban para las fotos de la prensa gatuna. Y desde ese día, Rapigato y Gatontuelo fueron muy amigos, porque comprendieron que uniendo sus diferencias, y ayudándose mutuamente, fueron mucho más fuertes y hasta pudieron salvar a su ciudad, cosa que solos, nunca hubieran logrado.
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