“Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre” Lucas 7:12 al 15
Lucas nos relata en este pasaje uno de las tres resurrecciones hechas por Jesús. El cuadro que se nos describe es de una tristeza muy grande. Una mujer viuda acompañando, en medio de desgarradoras muestras de dolor, a su único hijo en su último viaje hacia el sepulcro. La sola lectura del pasaje nos conmueve y entristece. Pero aquel cortejo fúnebre se vio interrumpido por la aparición de Jesús y sus discípulos. ¡Y siempre que aparece Jesús las cosas cambian de un modo increíble y maravilloso! Nos conmueven las dulces y alentadoras palabras que El maestro le dirige a la dolorida madre. No llores. Aquellas tremendas palabras no salían de la boca de una persona común. No eran el raquítico aliento que, en momentos de dolor, se puede dar a quien atraviesa el dolor de una muerte tan cercana. No, eran las mismas palabras de Dios fluyendo de los labios de su amado Hijo Jesucristo. ¡Es que Jesús sabía lo que iba a pasar! Él sabía que el poder de Dios, una vez más vencería las cadenas de la muerte misma. El relato nos dice que, tocando el féretro, más bien una camilla abierta donde llevaban al difunto, éste volvió a la vida. Entonces aquellas palabras con las que El Señor animó a aquella madre adquirieron toda su real dimensión. ¡No había motivos para llorar!¡El muerto resucitaría! Amigo de las mejores palabras. ¿Qué es lo que hoy te entristece? ¿Qué es lo que ha muerto en tu vida? ¿El matrimonio, tu relación con tus hijos, tus esperanzas, tus sueños, tus ganas de vivir? Hoy El Espíritu santo te dice: No llores. Abrí tu corazón al poder de Dios, permitile tocar lo que estaba muerto y recibí la vida gloriosa que Dios tiene para vos y tu familia.
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