José Mario perdió la visión hace nueve años en una gresca que sostuvo con alguien a quien ni siquiera conocía, pero que le miró mal y en medio de gestos y desaires, le hizo comprender lo mal que le caía. Desde entonces comenzó un prolongado y tortuoso período de oscuridad e incertidumbre para este hombre que hoy vive en Bucaramanga, una ciudad al noroeste de Colombia, y que deriva su sustento en un expendio de carnes.
Es fácil encontrarle todas las mañanas en la plaza de mercado. En su puesto de comercio se aglomeran las personas. Unos por curiosidad, otros por la calidad del producto que vende. Corta los filetes con una habilidad asombrosa, y nunca ha sufrido ni siquiera un pequeño rasguño.
¿Cómo llegó a ejercer un oficio que difícilmente atienden bien quienes gozan de la posibilidad de ver? Por tres razones, según explica. La primera, el indeclinable convencimiento de impedir que la adversidad lo venciera; la segunda, la certeza de que ninguna meta es imposible de alcanzar si Dios nos acompaña, y la tercera, la búsqueda desesperada de soluciones a la crisis económica en la que su accidente dejó a la familia.
Aunque apenas raya los treinta años de edad, José Mario se inscribió en el libro de los ganadores, de aquellos que se sobreponen a los obstáculos y luchan por salir adelante aunque tengan todo en contra.
Valore lo que tiene
Al Tagore, el célebre pensador, se atribuye estas palabras: "Si alguien llora de noche por el sol que se fue, las lágrimas no le dejarán ver la suave compensación de las estrellas".
Los cristianos tenemos por nuestra parte un principio infalible que nos guía hacia la victoria cuando todo está en contra. Está en el libro de los salmos y dice: "Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida" (Salmo 23:5).