El caso más desesperado
Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría
por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa
y nueve justos que no necesitan arrepentirse (Lucas 15: 7).
ES IMPORTANTE TENER UNA COMPRENSIÓN adecuada de la naturaleza humana y su corrupción inherente, a fin de que el evangelio pueda tener sentido en nuestra vida. Quienes no comprenden este asunto y deforman la opinión bíblica y divina de lo que es realmente el ser humano, se colocan fuera del alcance de la salvación y del poder del evangelio.
Por eso, los héroes en la enseñanza de Jesús no eran las personas que pensaban bien de sí mismas. Al contrario, el foco de su enseñanza giraba alrededor de quienes podríamos pensar eran gente mala. Los héroes de Jesús eran los pobres, los pródigos, los publicanos y las rameras.
Diríamos, la peor ralea de sus días. Si Jesús viviera hoy, sin duda que incluiría en su mensaje a drogadictos, homosexuales, pandilleros, secuestradores y violadores de niños. A los ortodoxos de sus días, les dijo: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mat. 21: 31). No quiere decir que Jesús admirara o solapara el mal. Lo que indica es que Jesús admiraba a las personas que reconocían su condición pecaminosa, sin importar quiénes fueran. Él sabía que esa gente era tierra fértil para el evangelio que predicaba.
El principio básico que subyace en el evangelio lo expresó el Señor cuando dijo: «No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos […]. No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Luc. 5: 31-32). El caso más desesperado para él era el de aquel que no reconocía su condición pecaminosa.
Porque es como el que se está ahogando, pero cree que nada placenteramente; como aquel que se cree sano, pero un cáncer le corroe las entrañas. Reconocer nuestra condición es vital para entender el mensaje de la justificación por fe, que es la esencia del evangelio. Por eso Dios ha enviado su Espíritu para convencernos de nuestra condición (Juan 16: 8). Tristemente, hay muchos que no lo dejamos hacer su obra.
Que Dios te bendiga, oramos por ti!
Febrero, 10 2010
Enviado por Cielo Estrella