¡No Puedo Dejar de Hacerlo!
“Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. Porque oí la murmuración de muchos, temor de todas partes: Denunciad, denunciémosle. Todos mis amigos miraban si claudicaría. Quizá se engañará, decían, y prevaleceremos contra él, y tomaremos de él nuestra venganza. Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión que jamás será olvidada”. (Jeremías 20:9-11).
La mañana de hoy en Puerto Rico está fría y nublada. En esta ocasión, estoy sentada en el comedor. No pensaba escribir porque estoy pasando una fuerte gripe, pero mi pasión por Dios me impulsa a no dejar de escribir. Tengo que hacer lo que mi Dios quiere que haga, tengo que seguir el dictado de lo que quiere ministrar a mi corazón y al de cada uno de los lectores.
Meditaba en que en la vida no siempre nos sentimos con la fortaleza suficiente para hacer las tareas que nos corresponden, pero aunque a veces pensamos en cómo lo iremos a hacer no podemos desistir ni dejar de realizar lo que tenemos que hacer. En este preciso momento pienso en el profeta Jeremías. ¡Cuántas veces quiso dejarlo todo, cuántas veces tuvo que sobreponerse a su dolor y a su frustración, cuántas veces quiso escapar! Pero él sentía una llama en su interior que no le permitía desertar. Jeremías experimentaba en medio de sus debilidades y congojas ese fuego del Espíritu Santo que no le permitía dejar de hacer lo que él sabía que tenía que hacer.
No podemos dejar que el enemigo tome ventaja de nuestras vidas y de nuestras circunstancias. El mensaje de Dios tiene que seguir propagándose, la obra de Dios no puede cesar ni estancarse. Tiene que fluir como el agua fresca. El dolor, la enfermedad, la tribulación o cualquier cosa que pueda venir a nuestras vidas, no pueden ser más fuerte que el poder y la fortaleza que Dios va a infundir sobre nosotros para hacer lo que tengamos que hacer. Tal vez esta gripe me tenga adolorida, pero eso pasará, me recuperaré pronto. Pero si yo dejo de escribir y alguien necesita leer o escuchar este mensaje y yo no lo hago; ese momento lo habré perdido o dejado pasar. Y sinceramente yo no quiero que pase eso, me siento muy responsable y comprometida con Dios.
Por eso te digo hoy querido hermano, no puedes dejar de hacer lo que sabes que tienes que hacer. No es que seamos indispensables, pero si somos necesarios. La ofrenda que quiero presentarle al Señor no se la puede dar otro, tengo que dársela yo. Puede que hoy no escriba mi mejor escrito, pero no cesaré de trabajar y hacer lo que tenga que realizar porque sé que Dios perfeccionará la obra y mirará el esfuerzo que tú y yo hagamos para mantenernos impulsados hacia adelante.
Han sido tantas las ocasiones en que yo he sentido ese mismo fuego que sentía Jeremías, arder en mi corazón. Esa llama que permite que aceptes la voluntad de Dios aunque muchas veces no entiendas lo qué está pasando. Ese fuego que limpia, purifica y quema todo aquello que nos impide estar cerca de nuestro Padre Celestial. Es ese trato tan directo de Dios personalmente con mi vida, haciéndome sentir que él todavía sigue estando ahí y que es más grande que cualquier cosa. Que te recuerda que él sigue teniendo el control absoluto de todo. Que te trae a la memoria el pacto que hiciste con él de no dejarlo nunca y de seguir siempre Su voluntad y Sus designios independientemente de cómo te sintieras.
Y al terminar estas letras, puedo aunque cansada, sentir esa paz tan sublime que me hace experimentar seguridad de que no he dejado de hacer la parte que me corresponde a mí. Puedo sentir como Dios sonríe al saber que me basta su gracia y que su poder se sigue perfeccionando a través de mis debilidades. Y eso mi amado hermano, es una sensación maravillosa que nada ni nadie en el mundo te la pueden quitar. Por tanto, vale la pena esforzarte, vale la pena que camines la milla extra. Estoy consciente de que tal vez este no sea el mejor momento que estén pasando algunos de ustedes, pero seguramente esa llama del Espíritu Santo, está ardiendo sobre ustedes y convenciéndoles de que no pueden dejar de hacer aquella tarea o misión que les fue encomendada no por ningún hombre, sino por Dios.
Querido Dios: Hoy me presento ante ti con la absoluta confianza y seguridad de que estás fortaleciéndome en medio de mis debilidades, problemas y enfermedades. Que aunque mi cuerpo se siente agotado, mi espíritu sigue dispuesto a hacer la tarea que me fue encomendada. Gracias por que tu fuego santo arde en mi interior y me infunde nuevos alientos. Padre así como tu Espíritu constantemente me renueva te pido que con tu amor celestial y tu llama divina impartas nuevos alientos a todas esas vidas que en este momento necesitan una intervención tuya. Que aquellos que han sentido el deseo de rendirse, puedan encontrar en estas palabras, pero sobre todo en tus promesas, las fuerzas suficientes para continuar adelante. Amén.
Autora: Brendaliz Avilés
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