Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David” Isaías 55:3
En estas palabras que registra el libro del profeta Isaías hallamos esta conmovedora expresión del amor de Dios hacia sus hijos. Es un sentido llamado desde el corazón amante de un Padre que quiere darle todo al alma necesitada. “Vengan a mí, escuchen mi voz y les prometo una vida abundante y feliz”. Cuando fuimos niños eran las palabras de nuestros padres las que nos consolaban en los momentos de pena y tristeza, y fueron también la seguridad en el tiempo del temor. De ellos recibíamos la promesa de aquel juguete como recompensa por “portarnos bien”. Todo eso y muchos más, escuchábamos de sus labios. Ellos, a su manera y de la mejor forma que pudieron, así nos demostraron su amor con sus palabras y sus hechos. ¡Las veces que evitamos el peligro siguiendo sus consejos sabios! Y era nuestra obediencia la forma de retribuirles ese amor. Así podemos también entender las palabras que Dios nos habla. Son las de un Padre que sabe lo mejor que le conviene a cada uno de sus hijos. Por eso les habla al corazón pero les pide el oído para la obediencia.
Amigo oyente, durante el curso de tu vida habrás escuchado infinidad de palabras. Consejos, sugerencias, órdenes, opiniones, “fórmulas seguras” para ser felices. Algunas las desechaste de entrada, pero algunas otras las habrás adoptado creyendo que podían cambiar tu destino. Pero hoy te das cuenta que si algo cambió fue para mal. No fueron buenos consejos, y te perjudicaron bastante. ¿Y si probás con Dios? ¿Y si empezás a escucharlo a Él? ¿Y si realmente funciona? No te quedes con las dudas. Te animo de todo corazón a que aceptes a Jesús cono tu Salvador personal, y a que inclines tu oído a lo que tiene para decirte. ¡Esas palabras sí te harán inmensamente feliz!
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