““Mas yo en tu misericordia he confiado; Mi corazón se alegrará en tu salvación” Salmo 13:5
Las palabras del salmista no dejan margen alguno para la duda. Es la expresión clara y terminante de una persona que sabía muy bien de lo que hablaba. El conocía muy bien a Dios, por eso podía expresarse así. Había disfrutado de su misericordia y esa era la razón de su confianza. Y no solo eso, sino que también podía mirar con fe su realidad, en la certeza que la salvación del cielo llegaría en el momento oportuno. Podemos resumir lo leído de este modo: Si Dios le había cuidado en el pasado también lo haría en el futuro. Una vida firme y segura basada en el cuidado maravilloso de Dios. Si meditamos en la obra de Jesucristo cuando estuvo en esta tierra vemos claramente que el amor y la misericordia guiaron todos sus actos. Fue eso además de su compasión lo que siempre movilizó a su corazón. Así sanó a los enfermos, dando vista a los ciegos, devolviendo el habla a los mudos y aún, resucitando a los muertos. Y, finalmente, en la cruz del calvario, al dar su vida por nosotros, consumó el rescate de los perdidos y el perdón de sus pecados. Lo que Jesús hizo, como una evidencia maravillosa del amor de Dios, hoy lo hace el Espíritu Santo. Él es quien sana a los enfermos, consuela a los amargados y fortalece a aquellos a quienes se les terminaron las fuerzas.
Amigo de las mejores palabras, no importa los años que hayas vivido, tampoco si son muchas las canas en tu cabeza, o las arrugas que surcan tu rostro. Nunca es tarde para experimentar la misericordia de Dios. ¿Porqué resignarse a pasar por esta vida sin disfrutar de ese amor inigualable? ¿Porqué no abrir el corazón de par en par para recibir al Señor Jesucristo como tu Señor y Salvador? Te animo a que ahora mismo hagas la oración de fe y vos también vivirás feliz sabiendo que su respuesta llegará pronto a tu vida; Mi corazón se alegrará en tu salvación” Salmo 13:5
Las palabras del salmista no dejan margen alguno para la duda. Es la expresión clara y terminante de una persona que sabía muy bien de lo que hablaba. El conocía muy bien a Dios, por eso podía expresarse así. Había disfrutado de su misericordia y esa era la razón de su confianza. Y no solo eso, sino que también podía mirar con fe su realidad, en la certeza que la salvación del cielo llegaría en el momento oportuno. Podemos resumir lo leído de este modo: Si Dios le había cuidado en el pasado también lo haría en el futuro. Una vida firme y segura basada en el cuidado maravilloso de Dios. Si meditamos en la obra de Jesucristo cuando estuvo en esta tierra vemos claramente que el amor y la misericordia guiaron todos sus actos. Fue eso además de su compasión lo que siempre movilizó a su corazón. Así sanó a los enfermos, dando vista a los ciegos, devolviendo el habla a los mudos y aún, resucitando a los muertos. Y, finalmente, en la cruz del calvario, al dar su vida por nosotros, consumó el rescate de los perdidos y el perdón de sus pecados. Lo que Jesús hizo, como una evidencia maravillosa del amor de Dios, hoy lo hace el Espíritu Santo. Él es quien sana a los enfermos, consuela a los amargados y fortalece a aquellos a quienes se les terminaron las fuerzas.
Amigo de las mejores palabras, no importa los años que hayas vivido, tampoco si son muchas las canas en tu cabeza, o las arrugas que surcan tu rostro. Nunca es tarde para experimentar la misericordia de Dios. ¿Porqué resignarse a pasar por esta vida sin disfrutar de ese amor inigualable? ¿Porqué no abrir el corazón de par en par para recibir al Señor Jesucristo como tu Señor y Salvador? Te animo a que ahora mismo hagas la oración de fe y vos también vivirás feliz sabiendo que su respuesta llegará pronto a tu vida
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